martes, 30 de octubre de 2012

Relato presentado en el XX Ejercicio de autores de Todorelatos.com

"Vivan los novios"... se oye al unísono... Todo el mundo nos rodea y aplaude mientras David y yo comenzamos a marcar el vals que abre nuestro baile... ¡Por fin casados!
Me siento muy dichosa. Estoy convencida: Compartir mi vida con David es lo mejor que me ha podido pasar y sé que a partir de ahora voy a ser muy feliz... es buenísimo conmigo, además, con él, por fin, he encontrado el equilibrio, cierta estabilidad emocional que realmente necesitaba. Me trata con exquisita dulzura, con enorme cariño y admiración... la que siempre me tuvo, desde que éramos niños... Hoy, por casualidades del destino y casi treinta años después le he dicho emocionada el "sí, quiero".
Lamentablemente todo se nos ha complicado en los últimos meses, pues en poco tiempo ambos hemos perdido nuestros respectivos trabajos.  A punto hemos estado de suspender la boda en varias ocasiones, a pesar de tener todo apalabrado desde hace tiempo. Al final, David me confirmó que había conseguido un préstamo de última hora, algo que nos ha permitido poder celebrar nuestro enlace en la fecha pactada.
David me observa mientras danzamos en el centro del corro y a duras penas intentamos no pisarnos... Ambos somos, desde siempre, patosos en el baile...
- "Te quiero" - me dice una vez más, dándome un suave beso en los labios mientras nuestros invitados nos vitorean.
- Y yo - le contesto dichosa.
- ¿Eres feliz?
- Mucho, aunque estoy agobiada por lo que nos va a costar esto... y no me has dicho todavía cómo has conseguido el dinero para el banquete...
David me besa en la frente y me sonríe tiernamente.
- Hoy nos olvidamos de la pasta, ¿vale? - me dice animándome.
Observo a todos: Mis padres, los suyos, mi familia, los amigos... toda los invitados que nos rodean. Me siento alegre de verme entre toda la gente que quiero, hasta que... mi mirada se cruza con él... ¡Pedro!, mi ex marido.
- ¿Por qué le has invitado? - le pregunto a David, borrando mi sonrisa de inmediato,  mirándole inquisitiva.
- Invitado ¿A quién? - dice girando su vista hacia todos lados.
- A él. – señalo con un movimiento de cabeza.
Siguiendo mi mirada... guarda silencio y alzando nuestras manos, saluda a Pedro, que al fondo de aquel comedor, nos devuelve  el saludo levantando su copa.
Pedro y yo estuvimos casados tres largos años. Precisamente fue David, mi ahora recién estrenado marido, quién nos presentó tiempo atrás. Al principio todo fue sobre ruedas, pero las cosas con Pedro se complicaron bastante, por no decir completamente. Chocábamos en todo y lo que parecía plantearse felizmente en un principio acabó bastante peor de lo que ambos hubiéramos querido... Nuestras broncas diarias también fueron en aumento, hasta que nos dimos cuenta que éramos totalmente incompatibles, con gustos diferentes, con caracteres distintos... Solo hubo una cosa que nos mantenía unidos a ambos y era el sexo. Solo en esos momentos dejábamos de discutir, de pelearnos, de ser almas diferentes. En eso parecíamos estar hechos el uno para el otro, pero en cuanto habíamos terminado con una de nuestras “sesiones”, todo volvía a ser como antes, una auténtica guerra.
David  me ayudó mucho a superar esos momentos difíciles durante la relación con Pedro y los posteriores con la separación. La verdad, no sé qué hubiera hecho sin él... y casualidad o no, el destino quiso que hoy estuviéramos casados.
Ahora, al ver a Pedro de nuevo, todo se me revuelve por dentro como meses atrás, cuando casi había conseguido olvidarle... algo francamente complicado. Sé que las intenciones de David son más que bien intencionadas, queriendo romper todas las lanzas y tensiones, hacer borrón y cuenta nueva para recuperar una amistad con Pedro que definitivamente perdimos, incluida la que me unió a él en matrimonio. Yo no quiero separarles a ellos como amigos, pero a mí, francamente, me cuesta mucho hacer como si nada hubiera pasado.  Ese hombre me marcó demasiado en todos los sentidos y su presencia, me mantiene tensa... no es la persona que más deseo tener presente el día de mi boda.
- Dime David... ¿por qué le has invitado? - insisto irritada.
- Porque es nuestro amigo... porque... ¡qué más da!
- David, por favor...
Entiendo que Pedro ha sido el mejor amigo de David y entiendo que él haya interpretado que lo nuestro pueda ser agua pasada, sin embargo me siento mal, no entiendo como no se ha planteado tan siquiera consultarme algo como esto.
- ¿Me lo vas a contar o qué? - le pregunto de nuevo apretando su mano y cada vez más nerviosa.
- Verás cariño... le he invitado, porque él ha pagado el banquete. – me dice con una sonrisa forzada.
En ese momento no logro asimilar del todo lo que me acaba de contestar, creo que si me pinchan, no sangro, es lo último que me esperaba oírle como respuesta.
- Si es una broma, David, no tiene ni puñetera gracia. - le afirmo.
- No es broma, cariño, él es nuestro amigo de siempre, le dije que estábamos pasando un momento jodido y se prestó a ayudarnos... sabes que está forrado.
- ¡Pero por Dios, David!
- Es un préstamo, cariño... se lo devolveremos... no te alteres, por favor... - me contesta besándome nuevamente en la frente.
El vals termina y a continuación suena otra canción, que la orquesta anima con un tema movidito. Todo el mundo se lanza a la pista y entre las cabezas de todos no puedo desviar la mirada de Pedro al otro lado del salón de banquetes.
David ha salido a bailar y yo me quedo sentada un rato, intentando asimilar tantas emociones juntas. Le observo tan feliz, tan radiante, que quiero olvidar cualquier tipo de problema... incluso estoy haciendo acopio de fuerzas por olvidarme por completo que nuestras vidas de casados comenzarán nada menos que en la cola del paro, sin embargo, somos felices, nos queremos y sabemos que en saldremos de esta, pero si empezaba a olvidarme de nuestros problemas económicos, ahora la presencia de Pedro, ha vuelto a dejarme preocupada. ¿Tan mal estamos como para haber recurrido a él?
Termina la canción y comienza  a sonar otra, esta vez una lenta, cuando de repente veo a Pedro de pie a mi lado, estirando su mano e invitándome a bailar el tema. Mi primera negativa no le echa para atrás y gira su cabeza, acercándola a mi oído.
-    ¿Un bailecito por los viejos tiempos? - me susurra.
Cuando apenas intento pronunciar un "no, Pedro... por favor", él ya ha tirado de mí y agarrando mi cintura me ha llevado casi en volandas hasta la pista de baile. Su fuerza y altura le han permitido fácilmente que me deje llevar, además, no quiero ser grosera, menos el día en el que yo soy el objetivo de todas las miradas, pero cuando quiero darme cuenta estoy en la pista agarrada a mi ex-marido.
El cuerpo de Pedro se ha pegado al mío y aun sigo con los ojos a David, suplicándole que me rescate, preguntándole con la mirada "¿por qué me haces esto?". Es la voz de Pedro, la que me vuelve a la realidad y me hace recordar ese sonido, esa voz grave que tanto me hechizaba.
-     Hola nena.
Sostiene mi mano firmemente y mi cintura con su otra mano mientras nos adentramos entre el resto de invitados. Siempre supo llevarme hasta el punto de saberme manejar como una virtuosa bailarina que definitivamente no soy, pero a su lado, resulta tan fácil... Se arrima más a mí, me mira fijamente a los ojos de esa forma con la que me ha transmitido miles de sensaciones años atrás.
- ¡Qué guapa estás! - dice susurrando con sus labios apoyados literalmente en mi cuello.
No contesto, apenas puedo pronunciar palabra. Es ya más de un año sin verle y ahora me tiene abrazada en ese baile lento... el baile de mi boda...
- Pedro, David me ha contado lo del préstamo... pero...
No me deja terminar la frase. Apoya su dedo índice entre mis labios impidiendo que termine mi frase, siento el calor de su dedo y mi mente me lleva al recuerdo de cuando jugábamos a comernos, cuando yo me deleitaba lamiendo esos maravillosos dedos...
- La novia más guapa del mundo - me repite como un ronroneo mientras percibo sus tibios labios rozando mi cuello.
- Pedro, te lo devolveremos muy pronto. - le corto, intentando no ser arisca, pero siendo lo suficientemente clara, para que entienda que esto es circunstancial, que pronto se va a arreglar y que quiero borrarle de mi vida para siempre.
- No hay prisa, sabes que no tengo problemas por eso... - contesta con esa sonrisa cínica y cargada de aires de superioridad.
- Te prometo que te lo devolveré. Hemos sacado pasta de los invitados y seguramente consiga un empleo muy pronto... - insisto para que entienda lo poco que me gusta que haya sido él nuestro improvisado patrocinador.
- Sois mis amigos, nena... y entre amigos nos hacemos favores.
Vuelvo a recordar los momentos tan bonitos que viví junto a él, cuando yo estaba tan enamorada, tan enganchada... y me dolía pensar que David, mi otro amor, el que siempre guardó silencio en sus sentimientos y lo mucho que me ayudó para conseguir a Pedro y tanto o más para olvidarle.
- ¿Por qué has venido? - le pregunto a Pedro cortante, separando mi cara y mirándole a los ojos.
- Porque quería verte, así, radiante, preciosa y no imaginaba que lo estuvieras tanto... vestida de blanco. ¡Impresionante!
Su mano se aferra a mi cintura por detrás y hace que nuestros cuerpos se vuelvan a unir.
- Pedro, por favor. - imploro.
Sus manos suben por mi cintura mientras que su pelvis intenta pegarse más y más a la mía.
- Vaya suertudo David... menudo regalazo que se lleva...  lo que daría yo por quitarle el papelito a este bombón. - dice con esa sorna que me resulta desagradable.
Sin embargo, al decir eso, con su boca tan cercana, provoca inevitablemente que un cosquilleo me invada por completo. Intento no mirar sus labios, porque sé que si lo hago, mi mente me jugará una mala pasada y  caeré en su juego. Si ya le dije a David que no me sirviera otra copa de cava tras los postres...
- Muñequita, cuanto te he echado de menos… – sigue susurrándome - Aun recuerdo este olor tuyo. Y cuantas veces he soñado este cuerpazo, solo de pensarlo me estoy poniendo muy burro.
Su bulto contra mi abdomen confirma que no miente. No puedo evitar que lleguen a mi mente las imágenes de  ¡su grandioso y perfecto miembro! Intento por todos los medios pensar en otra cosa, pero no puedo. Esa imagen viene a mí sin cesar. Tengo que odiarle, tengo que empujarle y separarle de mí.
- ¿Que llevas debajo del vestido, princesa? - me pregunta de pronto arrimándome a él con un impulso.
- Pedro, calla ya... por favor, te lo suplico. - imploro intentando que esa canción acabe cuanto antes.
- Vamos mujer, ¿todavía estás enfadada conmigo?, venga, pelillos a la mar. Dime, ¿cómo es tu ropa interior? Solo eso.
- Pedro, vale ya, de verdad. - le digo apretando su mano y entonando mi voz enfadada.
No sé si ceder a sus juegos es la mejor manera de salir del embrollo, pero el baile parece ser eterno y ya no sé como librarme de su acoso. En uno de los giros mis ojos se encuentran con los de David. Me sonríe y me lanza un beso. Sé que quiere quitar hierro a esta relación, pero no se da cuenta de que es imposible, que todo es un eterno lío, del que quiero huir a toda costa.
- Vamos, niña, ¿No puedes contestar mi pregunta? Si seguramente no me vas a volver a ver, ¿Qué trabajo te cuesta?, ¿Qué llevas debajo, preciosa?, anda.
- Pedro... eres un cabrón.... pues un sujetador y unas braguitas. - contesto seca.
- Vamos,  jajaja, me lo imagino. Sé más explícita, mujer, como cuando me esperabas en casa y me decías por teléfono como estabas vestida... o casi desnuda.
Otra vez los recuerdos llegan a mi mente y aquellos momentos en los que jugábamos por teléfono, excitándonos mutuamente. Nos encantaba hacer esas travesuras al teléfono, calentarnos tan solo con palabras, pero cuando nos reencontrábamos aquello había conseguido llevarnos al máximo nivel de fogosidad y terminábamos follando como locos.
- Llevo un tanga blanco, un sujetador blanco también y medias con un liguero. - Al decirlo así, vuelvo a sentirme como entonces y también siento la transformación de mi cuerpo como un año atrás.
- Mmmm, suena bien princesa... muy bien. Me lo estoy imaginando y se me pone más dura. Estoy viendo ya ese tanga ajustándose sobre tus ingles y metiéndose con descaro entre tus preciosas nalgas.
- Pedro, por favor, déjalo ya. - mis manos y mis pensamientos empujan a Pedro, intentando en vano alejarlo de mí.
- Siempre me lo has contado y nos hemos divertido con estos juegos... - me dice riendo.
- Pedro ya no soy tu mujer... ahora estoy casada con David, no sé si te has dado cuenta.
- Jajajaja... - otra vez su risa me desconcierta. - Bueno y  ¿Y cómo llevas el coño? - dice de pronto.
- ¡Pedro! - lo digo casi gritando y miro a mi alrededor por si alguno de los invitados me han podido oír, sin embargo percibo que siguen a lo suyo tranquilamente.
- Vamos nena, supongo que lo llevarás recortadito, como siempre, con ese chochito precioso que tienes y que me vuelve completamente loco.
Esas palabras siempre habían conseguido provocarme y ahora, a pesar de querer concentrarme en cualquier cosa, no puedo evitar que vuelva a pasarme, me está calentando con su forma de hablar y por mucho que le mire o le haga gestos para que se calle, él continúa con su perversidad de siempre, ese juego canalla que me desarma.
- Me vuelve loco tu coño, princesa, - continúa con su juego - lo sabes de sobra y además que sabe delicioso... mmm, aun guardo su sabor en mi boca. La cosa más rica que he probado nunca. ¿Te acuerdas cuando te lo comía y mi lengua te hacía ver las estrellas?
- ¡Por Dios, cállate ya!- es un ruego, al que mi cuerpo parece no acompañar, me estoy excitando por momentos. Intento pensar en David, eso me aísla de una realidad que me tiene aturdida.
- Vamos mujer, solo estoy recordando aquellos tiempos, no te enfades. Pero es difícil de olvidar ese lindo coño, con esos pliegues, tan blanditos, la estrechez cuando metía un dedo y los músculos se aferraban a él, cuando mi lengua jugaba con ese clítoris que con el roce te hacía casi gritar, ¿te acuerdas?
Es imposible no acodarse ni que esa película se meta en mi cerebro y llegue a torturarme, como lo ha hecho durante todo este tiempo. Ahora que casi lo estaba empezando a olvidar, ahora que apenas había dejado de masturbarme pensando en esos momentos, Pedro está aquí, el día de mi boda, abrazándome, pegándose a mi cuerpo y susurrándome esas cosas que me hacen perder el equilibrio. Él lo sabe, por eso me sujeta, pues sabe que con todo ello, me deshago.
- ¿Cómo te lo come David?.. Dime, preciosa ¿mejor que yo?... seguro que no.
- Ya vale. - Lo digo mirándole fijamente a los ojos intentando ponerme seria. Pero sus ojos son los de la pasión, lo mismo que sus palabras, pero no consigo hacerle callar.
- Vamos, nena, dímelo, al menos ya que él lo disfruta, déjame a mí la duda de saber si lo hace mejor que yo.
- No lo hace... ¿vale? - Contesto seca.
Al decirlo, me doy cuenta de lo estúpida que soy e inevitablemente me pongo roja como un tomate. ¿Por qué no le he mentido y le he dicho que lo hace de maravilla mejor incluso que él?
- A ver, a ver... ¿me estás diciendo que tu nuevo maridito no ha probado esa delicia de coño  que tienes? No puede ser. ¿En serio nunca te lo ha comido?
No contesto, me limito a mirar al suelo, avergonzada y maldiciéndome por haber confesado la verdad. Pedro me observa sonriente, casi diría… triunfante. Me tiene a sus pies, sabe que no le puedo mentir, me conoce demasiado y cualquiera de mis gestos me delata.
- Entonces, ¿Hace más de un año que no te comen ese manjar? – me pregunta.
Vuelvo a silenciar la evidencia, intentando ocultar mi cara. Al hacerlo David me sigue observando, noto que lo hace con tanta admiración que me hace sentirme peor. ¿Por qué me pasa esto?, ¿Qué puedo hacer? Le voy a pegar un bofetón a Pedro aunque sea lo más escandaloso de mi boda. Necesito que se dé cuenta que esto es una locura, que ya nada es como antes.
La suerte, ahora de mi lado, quiere que la música cese, lo que me permite separarme por fin de los brazos de Pedro, aunque al hacerlo me sienta rara, como vacía e inevitablemente cachonda.
- Pedro... Te devolveremos el dinero muy pronto - le digo para cerciorarme que esa será la última vez que habrá podido abrazarme, tenerme cerca, jugar conmigo...
Una de las invitadas se acerca a felicitarme y al besarme me doy cuenta que mis carrillos arden, además del temblor de mis piernas y un extraño estremecimiento por todo mi cuerpo. Tengo que sentarme en una silla para no caerme.
En ese momento David se acerca a mí.
- Hola cariño, ¿qué tal todo? - me pregunta.
- Bien... - intento contestar con cierta credibilidad - ¿Por qué dejaste que él pagara nuestra boda? - le digo enfadada por no haberme consultado previamente, pero enfadada conmigo misma por dejarme llevar por una persona a la que tenía que estar odiando.
En el fondo me encuentro fatal. Todo ha sucedido tan deprisa y tan alocadamente que ahora no sé ni lo que pienso. Lo único que sé, es que mi cuerpo no reacciona a lo racional, porque me encuentro excitada, noto mi sexo palpitar desde que me he separado del baile apretado con Pedro. Sentir su bulto pegado a mí, volver a oír su voz y escuchar esas palabras que me aturden ha sido demasiado para mí.
La ocasión se presenta cuando una de mis primas me dice que va al baño y me decido a acompañarla. La verdad es que necesito refrescar todo el calor que me invade, aunque no estoy muy segura si voy a conseguirlo.
Por el pasillo veo venir a Pedro de frente, acercándose a nosotras y vuelvo a sentir ese nerviosismo y ese deseo aumentado. Al pasar a nuestro lazo roza con el dorso de su mano ligeramente la mía y me sonríe mientras pasa su lengua por sus labios, haciéndome recordar con ese gesto otros momentos en el que esa lengua estaba en “otros labios”.
Justamente al entrar en el baño, suena el bip de mi móvil. Acabo de recibir un mensaje. Lo saco de mi pequeño bolso y me dispongo a leerlo pensando que es otra de las muchas felicitaciones de esa noche.
Mi prima se mete en uno de los cubículos del baño y yo hago lo mismo en el siguiente, dispuesta a leer el mensaje. No puede ser... ¡Es de Pedro!
Siento como todo el calor vuelve a apoderarse de mi cuerpo. Abro el mensaje:
“Nena, como me has puesto.: Te propongo un trato: Me dejas pagarte este banquete y te olvidas del préstamo si me dejas comerte ese delicioso coño por última vez”
Cierro los ojos y busco la manera de autocontrolarme, no estoy sobria del todo, pero estoy segura que todo esto es una locura. Le contesto con una sola palabra:
“¡Cerdo!”
Como imaginaba, Pedro no va a rendirse y me vuelve a mandar otro mensaje:
“Dentro de 10 minutos en la despensa que hay detrás de las cocinas. No te apures solo yo tengo la llave. Te espero, preciosa, vas a volver a ver las estrellas. Te lo prometo”
Me dirijo al lavabo, mojo mi nuca y me miro al espejo, diciéndome a mi misma que no cometa ninguna locura, que no me deje embaucar, que con él se acabó, que estoy recién casada ¡con David...!
En ese preciso instante en el que mi prima me comenta:
- Oye, has bebido demasiado...estás colorada.
Sonrío mirándola a través del espejo  queriendo afirmar esa apariencia, aunque mi sofoco no viene solo por el exceso de alcohol, precisamente.
Al llegar de nuevo al salón, ver a mis invitados y a David que me sonríe al fondo, me hace sentirme mucho mejor e intento olvidar todo lo sucedido con todas mis fuerzas. Sin duda que esto ha sido demasiado extraño, pero mi postura debe ser inteligente y sensata. Por eso es necesario que el préstamo para pagar el restaurante no condicione ningún tipo de vínculo con Pedro, quiero olvidarlo todo.
Mi mente no atiende a razones y no puedo evitar recordar aquellas sesiones de sexo que hacíamos a diario, proporcionándonos tanto placer mutuo, infinitas sensaciones en unos momentos vividos que no he vuelto a tener jamás. Yo comprendo que todo pasará con el tiempo, que David me adora y yo también le quiero, pero creo que no voy a encontrar a ningún otro amante como Pedro. Supongo que tendré que vivir siempre con esa idea torturándome, pero nadie sabrá hacerme el amor y vivir tantas pasiones como las que viví con él. Y nadie mejor que él saboreará mi sexo, haciéndome disfrutar tantas veces, algo que nunca intentó David y que ni siquiera me atreví a proponerle. Tampoco me pidió nunca que le hiciera sexo oral a él. Alguna vez hice ademán de acercarme a su sexo con mi boca y él levantaba mi cabeza, algo que confirmaba que el sexo oral no le atrae. Y seguramente acabaría por olvidárseme a mi también... eso creía. Pero el sexo con Pedro era bien diferente... conseguía que sacara de adentro toda mi lascivia y me hacía convertirme en una adicta al sexo, especialmente al suyo. Algo que parecía renacer hoy, tras el baile y sus juegos.
Han pasado los diez minutos y sé a ciencia cierta que Pedro me está esperando en el almacén, seguramente sediento de mi cuerpo, de mis pechos, de mi sexo, de todo mi cuerpo... con tanto deseo como yo sentí siempre por el suyo.
Decido no hacer nada e intentando borrar de mi mente tan torturadores pensamientos, me siento junto a mi marido y agarrándome a su brazo, escucho atenta su conversación con unos invitados que acudieron a felicitarle. David me besa en la mejilla con su ternura de siempre y me siento muy feliz de tenerle a mi lado... de ser por fin su nueva esposa.
En ese momento mi móvil vibra sobre la mesa y hace la señal de haberme llegado un nuevo mensaje. Lo tomo en mi mano, antes de que David pueda ver lo que hay en él.
“Nena, estoy impaciente, no tardes en llegar. Recuerda que ganarás el doble, por un lado cancelarás el crédito y por otro volverás a sentir lo que es una lengua virtuosa en tu coño. ¿O acaso se te ha olvidado?”
Un cosquilleo llega a mi entrepierna al leer ese mensaje y recordar nuevamente aquellas sesiones.
- Voy un momento al baño - le digo a David sonriendo forzadamente.
- ¿Otra vez? ¿Te encuentras bien?
- Sí, si...
- Te acompaño. - me contesta.
- No, no te preocupes, voy con mi prima Rocío, tranquilo.
Llego al pasillo y en lugar de meterme en los servicios voy derecha hasta el punto de reunión con Pedro, pero con la decidida intención, no de que me coma el coño, como él insiste, sino de cantarle las cuarenta y que deje de molestarme de una vez por todas. Volveré a prometerle que el préstamo será por muy corto espacio de tiempo. Es necesario recordarle también, que deje de tratarme así, que ya no le pertenezco, que lo nuestro ha terminado y que acabo de casarme con su mejor amigo. Estoy agradecida porque nos haya ayudado, claro que sí, pero voy a decirle firmemente que le pagaré la deuda, euro a euro y cuanto antes. Que se olvide de tener un roce más conmigo, lo nuestro terminó hace tiempo. Y si insiste, le amenazaré con contárselo a David.
Al abrir la puerta del almacén no puedo creer lo que ven mis ojos. Pedro, apoyado ligeramente contra la pared está completamente desnudo. Su inolvidable cuerpo está ahora frente a mí, mostrando cada una de sus curvas, de sus músculos, los pliegues que conducen a ese miembro erecto que parece estar mirándome. Pedro me sonríe invitándome a pecar con esa mirada con la que sabe que no me puedo resistir. Sus abdominales marcados, su pecho depilado, su piel morena me vuelven a trasladar a cuando estábamos juntos. He olvidado todo lo que le tenía que decir, porque ahora solo puedo quedarme admirándole, deseándole como entonces. Se está acariciando esa enorme verga, jugando conmigo, incitándome, excitándome, dominándome....
- Ven aquí preciosa.  Mira como me tienes...- Me invita a acercarme estirando su otra mano.
Tengo que decirle que no, tengo que decirle que no, eso es lo que mi cerebro martillea una y otra vez, pensando que es un maldito cabrón, que ya no somos nada, pero cuando mis dedos rozan los suyos mi cuerpo no responde a mis órdenes... sino a las de él.
Me abraza de nuevo, puedo notar su calor, creo que no voy a poder resistirme, por eso algo de dentro de mí me empuja a separarme pero casi sin fuerza.
- Pedro... - le digo.
- Schhsss... calla putita mía. Ahora no digas nada. Solo vamos a recordar viejos tiempos.
- No puede ser, Pedro... - le digo medio llorando, intentando luchar contra todos los demonios que me rodean, sé que no debo hacerlo, pero no puedo, algo me impide ser lógica.
- Ven aquí nena, déjame ver esas tetas.
No sé cómo pero sus manos a mi espalda han bajado velozmente la cremallera de mi vestido y este baja hasta mi cintura de inmediato. El contorno de mi sujetador blanco está siendo perfilado por sus dedos y su mirada clavada en la mía... con esos ojos que me fascinan, que no me dejan actuar con sentido común.
- Vaya, que preciosidad, las recordaba así, pero verlas al natural es aun más alucinante. - añade con su cara llena de lujuria observando mis tetas aprisionadas bajo el sostén blanco.
De nuevo su mano se acerca a mi espalda y con la habilidad de siempre suelta el primer corchete de mi sujetador. Apenas me puedo mantener en pie, mucho menos poder actuar de otra manera, mis manos apoyadas sobre su vientre pueden palpar sus abdominales marcados... Dios que bueno está, cómo regresan a mi mente los recuerdos de su cuerpo desnudo y yo entregándome de lleno a él. Su polla está repleta de energía, la veo tambalearse, como lo hacía entonces.
Mi sujetador sin tirantes no tarda en caer al suelo, en el preciso instante que Pedro ha conseguido soltar el último corchete. Mis tetas al desnudo están ahora ante su mirada.
- ¡Dios nena... qué maravilla!
Sus manos se apoderan de mis pechos y son amasados con esa devoción y esa fuerza de siempre, jugueteando con sus palmas sobre los costados, pellizcando mis pezones con sus dedos. Su boca rápidamente se acerca a la mía, sé que aun tengo fuerzas, sé que aun puedo parar todo esto, sé que es una locura... le tengo que decir que pare.
- Pedr...
Sus labios se han posado sobre los míos... esos dulces labios, calientes, grandes y ardientes que abarcan los míos y los aspiran, los chupan, los besan, mientras sus manos siguen sobando mis tetas sin cesar. Me abrazo con fuerza a él y noto su poderosa espalda que acaricio como antaño, notando su piel entre mis dedos. Mis pechos están ahora pegados a su abdomen noto la dureza de sus músculos y también la de su verga sobre mi vientre. Pedro es muy alto, pero no impide que su boca alcance la mía ladeando su cabeza, mientras yo me mantengo de estirada con mis sandalias de tacón. Sus poderosos brazos abarcan mi espalda, rozan mi culito. Nuestras lenguas se cruzan entre beso y beso, se introducen en nuestras bocas, juegan revueltas fuera de ellas, nuestras salivas se intercambian, nuestros jadeos se revelan con la pasión que nos invade. Volvemos a ser los animales que éramos.
Pedro termina de bajar la cremallera hasta que mi vestido acaba irremediablemente en el suelo de aquel almacén, rodeando mis pies. Con esas enormes manos me separa unos centímetros de él para poder admirarme al completo.
- ¡Que buena estás, joder!
Su lengua va a avanzando entre mis pechos, alcanzando uno de mis pezones, mientras intento buscar la manera de decirle que se detenga, que no puede ser, que le pagaré y que no quiero su sucio trato, que he venido a recordárselo, pero cuando sus manos se agarran firmemente a mi tanga y lentamente lo bajan por mis muslos, entonces ya no puedo decir nada, solo regresar a aquellos instantes en los que tanto disfruté con él.
- Tal como imaginaba... el coño precioso y dispuesto a ser devorado. - me dice relamiéndose.
- Pedro, esto no puede ser... no me hagas esto. – Le suplico.
Sabe que esas súplicas son en vano y no le convencen a él... menos a mí, que no puedo remediar esperar ansiosa a que esa lengua entre en contacto, de una maldita vez, con mi sexo.
Me coge en volandas y me sienta sobre una mesa del almacén, dejando mis piernas abiertas y mi sexo totalmente expuesto. Mis únicas prendas son mi liguero, mis medias y mis sandalias.
- ¡Dios, como hueles! - me dice acercando su nariz a la parte alta de mi pubis y bajando despacio, hasta entrar en contacto con los pliegues de mis dilatados labios.
Es increíble, estoy tumbada sobre una mesa, totalmente desnuda, con mi ex-marido despelotado y lamiendo mis ingles con aquel arte insuperable... nadie desde entonces, desde hace más de un año, ha conseguido rozar con su lengua mi dilatado clítoris, es ahora Pedro, quien lo va a hacer y ya no puedo negar nada, estoy totalmente entregada, a pesar de que se que me voy a arrepentir un millón de veces, que esto, será más traumático, pero ese demonio que llevo dentro no responde a mi mente.
Su lengua sigue hurgando en cada uno de los milímetros de mi húmeda rajita. Veo literalmente las estrellas y no quiero que eso acabe, a pesar de mis negativas, quiero seguir así, sintiendo la lengua de Pedro, haciéndome ese regalo divino de sus lamidas, mientras sus manos masajean mis pechos.
Me mira desde allá abajo y me sonríe, porque sabe que estoy sometida, totalmente entregada. Cuando muerde mis labios, cuando su lengua se apodera de mi clítoris, cuando sus dedos pellizcan mis pezones y cuando su mirada penetra en la mía, es entonces cuando llego a un orgasmo prolongadísimo, cargando en mi interior un montón de sensaciones que casi había olvidado. En ese momento no quiero comparar nada, pero sí considerar que es uno de los momentos que hacía muchísimo tiempo no había vivido. Quiero gritar y salen gemidos e hipidos de mi garganta, mientras mi mano acaricia el pelo de Pedro que sonríe entre mis piernas victorioso.
- ¡Joder nena, que delicia, qué coño más exquisito! - declara sonriente.
Pedro se pone en pie y con su enorme daga en la mano se acaricia suavemente para decirme:
- Tu turno.
Me asusto, porque vuelvo a recordar que no había venido a esto, que no teníamos que haber llegado a tanto, que David, es mi marido, que nos hemos casado hoy... Me pongo en pie y le digo empujándole.
- Pedro, ese no es el acuerdo. - le digo intentado buscar mis braguitas perdidas en algún lugar recóndito de ese almacén.
- Nena, no puedes dejarme así - me dice señalando su empalmada verga.
- No quedamos en eso, Pedro.
Él no contesta, sabe que no hace falta, es conocedor de todas mis debilidades y que cuando se abrace con su cuerpo desnudo al mío, no voy a resistirme, aunque quiera, porque en el fondo lo estoy deseando. Lo hace, acercándose y siento su desnudez pegada a la mía, algo que me mata, algo que me vuelve loca.
- Te la chupo y ya. - digo sintiéndome más puta que nunca, al soltar esa frase.
Vuelve a guardar silencio, porque con su mirada ha ordenado que me arrodille frente a ese enorme miembro, para volver a degustarlo como entonces. Hacía mucho tiempo que no tenía una polla en la boca y ese es el momento en el que no tardo en abarcarla entre mis labios, en devorarla como una posesa. Vuelvo a sentir el relieve de sus venas, la dureza de esa daga que se adentra en mi boca, que roza mi paladar y siento como crece cada vez más. Acaricio sus huevos, saco toda la carne de mi boca, para dibujar con mi lengua sus pliegues, su frenillo, ese glande vigoroso y duro, para volver a engullirla con total entrega.
- ¡Joder como la chupas, nena! - dice suspirando y acariciando mi cabello.
Sé que si sigo así, no tardará en correrse, porque también sabe que mis mamadas fueron ganando técnica en cada una de nuestras sesiones de placer y desenfreno y aunque casi he perdido la práctica, no se me olvida hacerlo con ese arte que le vuelve loco, conocedora de cada uno de sus puntos débiles. Como él también lo sabe, no quiere acabar en mi boca, sino que quiere follarme, no hace falta que lo diga, porque sus movimientos son claros y concisos. Se sienta en una de las banquetas que hay en ese almacén y con un gesto me invita a subirme sobre él.
- Ven. - me ordena.
- No Pedro. No podemos follar. Me acabo de casar con tu amigo... con David.
- Ven aquí. - insiste agarrándome por las caderas y acariciándome el culo. Mi perdición.
- No podemos...
Abre mis piernas y me obliga a subirme sobre sus muslos. Quedamos con nuestros cuerpos unidos, esta vez sentada a horcajadas sobre él. Me acaricia las tetas  y me besa... ¡Dios! ¡Cómo lo hace! Esa lengua se apodera de la mía, con tanta habilidad, que no me doy ni cuenta que mientras me soba una teta, con la otra mano ha orientado su polla hasta ponerla en las puertas de mi rajita. Lentamente me empuja hacia arriba y después deja caer el peso de mi cuerpo sobre su glande que abriéndose paso en mi húmedo coño recibe el resto de su largura hasta que estoy totalmente insertada, clavada en esa polla hasta lo más hondo. Suspiramos y veo su cara sonriente seguramente al ver la mía descompuesta. Sus manos se aferran a mi cintura, me empuja suavemente hacia arriba y luego me deja caer de nuevo. Me penetra hasta el fondo, incesantemente, una y otra vez. Dirijo mi mirada hacia abajo y veo como desaparece toda su longitud en mi interior, como tiempo atrás, para volver a salir lentamente, haciéndome gozar en cada embestida. Está follándome, sí, Pedro, mi odioso ex-marido, al que prometí olvidar, el que no aprendió a darme todo el amor que David me regala en cada instante, el que no quiso entenderme, que no supo respetarme, estaba ahora follándome y yo entregada a ese sexo salvaje, prohibido y lascivo.
He vuelto a tener un segundo orgasmo cuando percibo que él también está a punto. Quiero salirme de él, pero lo impide agarrándome de los hombros y empujándome hacia abajo y tras esa tensión continua puedo percibir como inunda mis entrañas con una anhelada corrida. Uno tras otro, noto los chorros de su semen chocando en mi interior.
- ¡Hijo de puta! - le digo, sin poder evitar que sentir su corrida dentro vuelva a hacerme sentirme aun más cachonda, a volver a ser esa putita que yo era para él. Y así me siento más puta todavía al estar engañando a mi marido... ¡el día de mi boda!
Cuando he conseguido levantarme, busco con urgencia mi ropa para no tardar más tiempo en reunirme con David, no quiero que piense... ¡Dios! ¿Cómo he podido hacerle esto?, yo no quería que esto fuera así, no quería llegar a esto... sigo pensando y culpándome buscando mis braguitas por el suelo.
- Bueno, nena, no ha estado mal ¿eh? - dice burlándose el muy canalla.
- Pedro, esto no tenía que haber pasado... - le contesto arrepentida y a punto de llorar.
Él ya está vestido y se dispone a abandonar el almacén, dejándome tirada, como ha hecho siempre.
No encuentro mi tanga y lo dejo por imposible, vuelvo a encontrarme con David, a quien se le ve intranquilo buscándome. No sé si habrá notado mi cara descompuesta, mi pelo revuelto, mis carrillos ardiendo…
- Cariño, ¿te encuentras bien? – me pregunta.
- Sí, si, estoy bien David, solo un poco bebida.
En ese momento suena mi móvil con un nuevo mensaje... Otra vez es Pedro que me dice:
“El primer plazo del préstamo ha estado genial nena. Te llamaré para el segundo”
Apago el móvil con la intención de apagar un episodio de mi vida, de olvidar esta locura en la que se ha convertido el día de mi boda... de la presencia de mi ex marido, pero en el fondo sé a ciencia cierta que irremediablemente volveré a pagar a Pedro unas cuantas cuotas de ese préstamo.
Lydia
Relato procedente del XX Ejercicio de Autores de TodoRelatos: "Erotismo en tiempos de crisis económica". Perfil de Lydia: http://tinyurl.com/LydiaTR

domingo, 22 de abril de 2012

Me gustaría regalarte un libro que te dijera lo mucho que te quiero… un libro que contase los buenos momentos que me has hecho y me haces pasar, un libro cargado de ilusiones, anécdotas, momentos y guiños que me has regalado, un libro repleto de pasiones, de sueños, de deseos… un libro que te explique tantas cosas, que sea eterno, para poder compensar todo lo que me das cada día… pero mejor, te espero desnuda en la cama, porque así, sin decir nada, te lo habré dicho todo.

Feliz día del libro, mi amor.

lunes, 2 de abril de 2012

Este relato ha sido presentado al ejercicio de autores de TR en el tema "Dos personajes que se afectan sin llegar a conocerse"


Eva al desnudo

¿Cuántas veces había querido Eva hacer eso y nunca se había atrevido?

Allí se encontraba, sin poder evitar su nerviosismo, a pesar de que Santi, su compañero de la delegación central, había insistido en que aquel lugar era de lo más apartado, solitario y tranquilo. Sabía que nadie podría verla, que estaba segura de miradas ajenas, sin embargo el miedo a ser descubierta era superior a ella. Era la primera vez que Eva iba a una playa nudista y eso le causaba pavor, por muy desierta que esta fuera.

Intentó agudizar el oído y escuchar voces o ruidos que pudieran importunarle, pero solo la brisa y el rugir de las olas, eran los únicos sonidos de aquel paraje.

Estar sola le producía temor, pero mucho más el hecho de poder ser pillada sin ropa. Así que en ese momento prefirió estar sola, de ese modo nada ni nadie le impediría dar el paso y estaba totalmente decidida a hacerlo: “O ahora o nunca”- pensó. Dejaría de leer los vaciles de Santi en sus correos, cada vez que este le insistía en que lo probara, lo divertido que podía llegar a ser, mientras que ella le contestaba que le horrorizaba la idea de ir a una playa y desnudarse delante de todo el mundo.

Fue precisamente, Santi, ese compañero con el que había ido cogiendo confianza día a día a través del correo electrónico, el que le había recomendado comenzar por una cala apartada donde poder practicar nudismo sin ser observada. A pesar de no haber coincidido físicamente entre ellos, Santi y Eva habían llegado a un punto de total confianza. Con el tiempo, su complicidad llegó a ser la de dos amigos, que sin conocerse, parecían hacerlo de toda la vida. Poco a poco fueron sabiendo el uno del otro hasta compenetrarse de lleno y poco a poco también fueron subiendo el tono de sus conversaciones. Cuántas veces habían bromeado con la idea de practicar el nudismo juntos y precisamente con ese juego conseguían excitarse en la idea de imaginarlo más allá de un simple desnudo. Los correos tomaban calor a medida que ese juego iba poniendo más atrevimiento y más imaginación por parte de cada uno de ellos.

Eva confesó a Santi alguna vez el hecho de haber experimentarlo la práctica del nudismo, pero sola en casa, dentro de los límites que le permitía la total intimidad de unas cortinas cerradas, lo mismo que hacía él, en cambio Santi se sentía mucho más libre de probarlo sin importarle cuanta gente hubiera alrededor. Reconoció que las primeras veces era difícil, pero que después era como andar por casa desnudo. Ella sentía envidia de esa valentía y quería contestarle en algún correo que por fin lo había conseguido. Fue entonces cuando Santi le habló de aquella cala.

Eva giró una vez más su cabeza a ambos lados, dirigiendo también su mirada hacia el camino por el que había accedido a la playa y como esperaba, no vio a nadie. Se sentía ridícula cuando sentada sobre la arena fue despojándose de la ropa, como si alguien pudiera estar espiándola desde lo alto de los acantilados. Una última mirada a su alrededor dieron paso a liberarse de la última prenda, unas pequeñas braguitas que se deslizaban por sus muslos rápidamente. Permaneció desnuda pero agarrada a sus rodillas y abrazada a su cuerpo, temerosa de alcanzar el objetivo tan soñado.

Eva percibió el calorcito que le proporcionaban los rayos de sol sobre su espalda y eso le animó a tumbarse boca abajo y sentir por primera vez lo que era ser bañada por ese calor sobre su cuerpo, sin ninguna tela de por medio. Apoyó su barbilla sobre sus manos y contempló la orilla, el ir y venir de las olas, en un momento enormemente gratificante.

Recordó las veces que Santi le recomendó ir perdiendo los miedos y las vergüenzas a medida que fuese atreviéndose a superar ese primer paso. Según le decía, sentirse cohibida sería lo normal, pero una vez que decidiese hacerlo, podría ser el comienzo de otras muchas, pues seguramente no había otra sensación como esa y acabase siendo como una especie de adicción incontrolable.

Se puso en pie, perdiendo de una vez por todas la maldita timidez para poder descubrir por fin lo que era estar desnuda al aire libre. Cerró sus ojos, teniendo cada vez mayor seguridad. A partir de ese instante todos sus sentidos intensificaron su fuerza hasta el punto de percibir cosas que vestida no había sentido jamás. Además del calor del sol, la brisa del mar sobre su piel en un airecillo que le hizo sentirse extraña pero feliz, adivinó a comprender lo que tantas veces le había comentado Santi en sus cartas, lo que era verse realmente libre.

Aquello no era como andar desnuda por casa, recorriendo con los pies descalzos el largo pasillo, ni notar lo que era moverse del salón a la cocina o dormir bajo las sábanas sin ninguna prenda. Esta cosa era bien distinta, porque además de ese placer y de esa libertad, había un punto de morbo que le permitía mostrar cierto exhibicionismo, que aunque no fuera dirigido hacia nadie en concreto, para ella era como imaginar que una playa abarrotada estaba fijando la vista en su cuerpo. Le gustaba estar desnuda frente al mundo y se alegraba de haber tomado esa decisión.

Imaginó por un momento la cara que pondría Santi, cuando de regreso a la oficina le contase en un correo que por fin, todas sus tonterías se habían desvanecido y había tomado la gran decisión. Pensó incluso en las palabras: “Santi, por fin me he decidido, ¡me puse en pelotas en la playa!”.

Abrió los ojos y observó cada parte de su cuerpo desnudo: sus pies, sus muslos, sus hombros... cómo el vello de su piel se movía al compás de la suave brisa, cómo sus pechos parecían más grandes, cómo sus pezones erizados se habían endurecido fuera de lo normal, no sabiendo a ciencia cierta si era el aire fresquito de la tarde o la pura excitación de encontrarse completamente desnuda.

Anduvo hacia la orilla echando una última mirada hacia atrás, temerosa una vez más de que alguien pudiera acercarse, pero una vez asegurada su retaguardia, se introdujo lentamente en las frías aguas de esa tarde tan especial. Esparció con los dedos ríos de agua por su piel que fueron deslizándose por sus brazos, sus pechos, alcanzando su sexo, notando como pequeñas gotitas se posaban en el vello de su pubis… Se sonrió y pensó que había sido una tonta hasta entonces, que aquello no tenía la mayor importancia y que la próxima vez tendría que buscar un sitio con gente, aunque fuera alejada, pero tan envalentonada estaba, que deseaba que llegara ese día para sentirse desnuda y al mismo tiempo, observada.

Se zambulló en el mar sintiendo por primera vez el agua por cada poro de su piel... poder nadar con mucha mayor facilidad, en un acto de entrega total de su cuerpo con el mundo, de unión plena con la naturaleza, en esa especie de abrazo fraternal con el mar que tantas veces le había nombrado Santi.

Tras un largo y relajante baño en el mar regresó a su toalla y tras secarse ligeramente, se tumbó boca arriba cerrando sus ojos una vez más, sabiendo que nada ni nadie podría importunarle ese sueño... ese momento tan maravilloso y único.

Tan a gusto se sintió que se quedó dormida en un momento tan dulce y relajado... donde la música de las olas ponían la banda sonora a esa tarde extraordinaria, sintiendo una paz interior que nunca antes podía haber experimentado. Se arrepintió incluso de no haberlo hecho mucho antes.

Al rato, Eva se desperezó sin saber muy bien cuanto tiempo se había quedado dormida, pero con la sensación de haber descansado mucho más de lo normal. Se sentó en la toalla y fue abriendo los ojos lentamente acostumbrándose a luz intensa que irradiaba el sol de aquella tarde, cuando descubrió que en el agua había un chico bañándose.

Sus ojos se abrieron como platos, pensando que aquello debía ser la continuación de su sueño, pero se dio cuenta que estaba equivocada, que él era real, completamente real, como ella y que estaba ¡totalmente desnudo!... ¡como ella! Dirigió su mirada hacia su izquierda comprobando que allí, apenas a unos metros estaba la toalla del chico y sus cosas. Su primera reacción era encogerse como un caracol metida en su concha en ese auto abrazo que tapaba su desnudez y todos esos prejuicios absurdos que la invadían... así se sintió, por lo que pensó que era más ridícula intentando taparse que mostrarse lo más natural posible. Pensó además que si quería avanzar en su idea de acudir a playas nudistas, debería acostumbrarse a ver otros cuerpos y evidentemente a que la vieran también a ella.

Al ver que ese chico regresaba de la orilla, Eva instintivamente se dio la vuelta, poniéndose boca abajo en su toalla, se colocó sus gafas de sol a modo de coraza, sin dejar de observar por el rabillo del ojo, el avance del joven saliendo del agua. Su excitación fue en aumento a medida que le veía caminar hacia ella, en un ritmo cadencioso y que le pareció extremadamente sensual. Pudo observar sus potentes brazos, los músculos de sus piernas, su miembro balanceante… Aquella imagen la impactó sobremanera. Vio como la mirada de este, se giró hacia su cuerpo admirándola desnuda durante un rato, creyendo que ella permanecía dormida. Eva apreció como su propio cuerpo se transformaba y como su sexo se humedecía cada vez más. El hecho de sentirse desnuda y observada era una sensación nueva pero tremendamente excitante.

Pensó en volver a darse la vuelta, para ofrecer la visión total de su cuerpo desnudo, en un ímpetu animado por tantas sensaciones: el atractivo cuerpo del joven, esos andares encantadores, su propia fogosidad que se había ido acumulando a lo largo de toda la tarde, sin embargo, otras fuerzas internas, como su timidez y sus prejuicios, le impidieron hacerlo. Le hubiera gustado mostrarse desnuda, como hacía él ante ella, pero… sencillamente, no se atrevió.

Por la cabeza de Eva pasaron tantas cosas que no sabía muy bien cómo actuar, se sentía totalmente ridícula y profundamente temerosa. Volvió a pensar en Santi, en las veces que le comentó que perdiera esos miedos absurdos, que no fuera una cría y que se dejase llevar…

No supo entonces de donde salieron las fuerzas, quizás el hecho de no conocer a ese chico, el baño del sol que rebajó sus defensas, el aumento de adrenalina o la pura calentura, pero Eva se incorporó. Una vez en pie, miró hacia toda la playa, fingiendo estar distraída, sabiendo que aquel joven la observaba detenidamente, como hiciera ella minutos antes. Cruzaron las miradas, él la sonrió y ella le devolvió aquella natural sonrisa. Anduvo hasta la orilla contoneando sus caderas, ofreciendo una perspectiva provocadora de su cuerpo a ese chico, que sin duda estaba deseando tener cerca desde hacía rato.

Extrañamente a lo que ella hubiera pensado le gustó mucho hacerlo, se sintió liberada de ofrecer su desnudez, de tocar sus pechos jugando con el agua, de acariciar suavemente e intencionadamente la cara interna de sus muslos en una clara invitación a su observador, que permanecía inmóvil, pero expectante ante el cuerpo exuberante de la chica.

Eva regresó a la toalla, sin dejar de contonearse en todo el trayecto aprovechando para secarse lentamente con la toalla, en poses que de otro modo le hubieron resultado increíblemente obscenas apenas un momento antes. Volvió a apoyar su pecho sobre la arena, tumbándose y sonriéndose a sí misma, incrédula por su atrevimiento, de haber dejado atrás todos sus miedos, incluso de haber ido más allá y mostrar su lado más liberal, llegando a ser una provocadora frente a aquel desconocido.

Apoyó la cabeza sobre sus brazos, cerrando sus ojos una vez más, dejándose mecer por los rayos del sol y al mismo tiempo por la lasciva mirada de aquel atractivo joven. Rápidamente, el siseo de la brisa y el rugir ligero de las olas volvieron a relajarla por completo. Se sentía muy a gusto desnuda, pero aun más de haber hecho esa especie de demostración de valentía y exhibicionismo ante el chico, pero principalmente ante ella misma… Se durmió unos minutos después.

A partir de ese momento, los sueños le llevaron a aquel mismo lugar donde se encontraba, a sentir la presencia del chico sentado a su lado, a poder advertir claramente como la mano del muchacho se posaba sobre su pie izquierdo y como a continuación iba ascendiendo por su muslo, hasta llegar a sus caderas. Todo su cuerpo se estremeció más todavía cuando pareció percibir la boca del chico posándose sobre el fin de su espalda.

Eva se giró, en aquel relajante sueño y completamente fuera de control pudo ver por fin de cerca su cara... su sonrisa, dejándose mecer por esas manos que la acariciaban. No hubo una palabra, solo el sonido de aquel paraje sin que otro ruido pudiera romper la magia del momento.

Los dedos del joven abarcaron sus rodillas, sus pantorrillas y ella abrió ligeramente sus piernas, lo suficiente para mostrarle su húmedo sexo, que fue invadido por aquellos hábiles dedos.

El chico fue avanzando con sus labios, rozando el ombligo de Eva, llegando a sus pechos, palpando ligeramente sus pezones con la lengua, mordisqueando su cuello hasta alcanzar sus labios y derretirse en un beso asombroso. Jugaron con sus lenguas, compartieron sus cómplices miradas y se dejaron llevar por un juego imposible de detener. Cuando ella quiso darse cuenta, la cabeza de su amante estaba entre sus piernas, apoderándose de toda su intimidad. Unos labios apresaron los de su sexo, devorados posteriormente por una pérfida lengua... por unos traviesos dientes, mientras ella se dejaba llevar, feliz en aquel paraíso.

Segundos después, ella estaba abierta de piernas y el cuerpo desnudo del chico sobre ella, jugando con su verga sobre el sexo de la chica, haciendo que su excitación se multiplicase exponencialmente, mostrándose evidente en la entrecortada respiración de ambos. Una vez más la boca de él volvió a devorar la de ella, derritiéndose en un beso apasionado, en una entrega total.

Él la penetró lentamente sin dejar de observarla, viendo como sus miradas pedían que esa unión se hiciese inolvidable… interminable, hasta que todo el miembro del chico estuvo en su interior, fue entonces cuando ambos cerraron los ojos sumidos en un baile adorable, de frenética y alocada pasión. Los dedos de ella acariciaron la espalda de aquel desconocido, pero Eva se sentía tan bien, que no hubiera cambiado el momento por ningún otro en su vida.

La chica se desperezó, tras ese orgasmo soñado, estirando su cuerpo desnudo y abriendo lentamente sus ojos y sus brazos, cuando descubrió que no había nadie a su lado, que estaba completamente sola en aquella playa. El chico de sus sueños... ¡había desaparecido!

Se vistió apresuradamente, sin apenas abrochar su blusa, con su falda de medio lado, sin haberle dado tiempo a ponerse sus braguitas, acelerando el paso subiendo aquel camino de la playa, intentando alcanzarle, ascendiendo a toda prisa por el tortuoso sendero.

Cuando llegó al descampado solo encontró su coche aparcado sin que hubiera rastro de ningún otro vehículo por los alrededores… ese joven no estaba.

Eva se dirigió al mirador que le permitía ver la playa al completo, desde lo alto y admirar una vez más la belleza de aquel lugar. Intentó averiguar si entre las huellas de la arena pudiera haber algún rastro de aquel hombre, pero el agua había borrado gran parte de ellas y las únicas que quedaban podrían ser solamente las suyas.

Sintió un gran desasosiego en su interior, preguntándose si entonces no había existido ese chico en absoluto, si a lo mejor todo había sido fruto de su imaginación o de una terrible insolación. Pensó que quizás fue todo producto de ese primer sueño al llegar a la playa y del que nunca despertó realmente y por ende que nunca se mostrara desnuda ante nadie.

Regresó a casa dando vueltas a la extraña aventura, intentando asimilar todas y cada una de las cosas que había vivido en esa tarde, y nerviosa por contarle a Santi todo lo que había ocurrido, en algo que seguramente él nunca acabaría de creerse, extrañado tanto o más que ella por todas esas vivencias extrasensoriales.

Al llegar a casa, lo primero que hizo fue encender su ordenador, para empezar a escribir frenéticamente contándole a Santi con todo lujo de detalles los pormenores de aquella primera experiencia de desnudarse, la de exhibirse después, para a continuación explicarle esa otra extraña vivencia, mezcla de sueño y realidad, de ir más allá, la de romper todas las barreras, más que exhibirse, haciendo el amor con un desconocido. Le detalló cada mirada, cada gesto, haciéndole partícipe de todo aquel acontecimiento tan inesperado y tan maravilloso. Y le envió el mensaje sin despegar la mirada de su monitor.

La contestación de Santi, no se hizo esperar demasiado, pero fueron largos los minutos para Eva, esperando como él leía con detalle toda la historia que ella le había contado... pero esta vez, su compañero, su confidente y amigo, contrariamente a lo que hacía siempre, no le contestó con una larga y pormenorizada carta, no retornó su misiva con una serie de acontecimientos, chistes y anécdotas sobre lo ocurrido, no hizo preguntas, no pidió explicaciones, ni hizo siquiera más comentarios, su carta solo decía:

“Vaya aventura... debió ser tremenda. Me alegro mucho que la vivieras con tanta intensidad Eva. Me has dejado alucinado y supongo que te hubiera gustado tener a ese chico de la barbita más tiempo a tu lado. “

Eva se quedó pensativa, sin entender por qué su amigo no hacía como siempre, un auténtico interrogatorio de aquella situación, una carta de quince folios, describiendo sus sensaciones, sus inquietudes, ni siquiera que no la felicitase por su atrevimiento, por su novedosa valentía...

Fue entonces cuando pasó por la cabeza de Eva la imagen de aquella tarde, empezó a encajar las piezas de un puzzle que era complicado de armar. Ubicó la cara de aquel muchacho de la playa, intentó reflejarla en sus pensamientos y racionalmente entender si todo era un sueño o algo real, porque le costaba entender que hubiera sido fruto del azar, ni que tampoco fuera un sueño del todo. Se preparó para hacer a Santi una descripción de los detalles de aquel chico de la playa, cuando de pronto cayó en la cuenta de que nunca le había comentado en su relato que aquel tuviera barbita... ¿Entonces? Aquel chico... ese chico de la playa, su cuerpo, sus facciones, sus ojos sus labios…

A la mente de Eva solo le llegó una palabra que soltó casi en un grito:

- ¡Santi!

Lydia

domingo, 18 de marzo de 2012

Por aguantarme
por quererme
por adorarme
por compartirme
por protegerme
por complacerme
por soportarme
por sonreirme
por consentirme
por besarme
por perdonarme
por salvarme
por extrañarme
por reñírme
por cuidarme
por arroparme
por educarme
por admirarme
por comprenderme
por encontrarme
por escucharme
por sorprenderme
por tenerme... por darme la vida... por todo...
¡gracias papá!

viernes, 15 de julio de 2011

Podría decir tantas cosas, todas juntas y atropelladas, como queriendo resaltar resumidas todas esas que te han acompañado siempre, que han formado parte de ti y que me han demostrado tantas veces, la suerte que tuve de haberte conocido... de haber podido compartir contigo tantas cosas.

Podría estar horas ensalzando tus virtudes, cada uno de tus valores… quizás también tus manías, tus defectos… pero ninguno de ellos podría hacer sombra a todo lo que has sabido aportarme… regalarme, con todo tu saber, con todo tu cariño y con toda tu humildad.

Estas siempre tan cerca, que me resulta imposible hacerme a la idea de que ya no estás aquí, que nos has dejado… para siempre, sin apenas haberte despedido. Quisiera poder escucharte, sí, oírte decir alguna de tus frases, cualquiera de tus sabios consejos, seguir tu ejemplo, tu saber estar, propagar tu doctrina y tu energía por todas partes, compartir tus sueños, respetar tus ideas. Quisiera haberte dicho cualquier cosa, antes de que te fueras, algo que me permitiera poder expresar mi gratitud, mi admiración y mi cariño.

Compañero, profesor, amigo… en estos momentos en los que alguien como tú se merece todas y cada una de esas palabras, todos los elogios del mundo, todos los recuerdos y aplausos, se me ocurre resumirlo en una sola frase: “nunca podré olvidarte”

lunes, 27 de junio de 2011


Repleta de caricias de puro arte que se impregnan en mi piel como brisas ardientes. Ojos de deseo en una mirada apacible y malévola que transita mi cuerpo , que me hechiza y que me excita. Besos delicados, dulces e intensos, que afloran en mi boca, en mi cuello, en mi sexo… Una lengua ávida de sed, que viaja por mis muslos, formando ríos de lava, que apagan mi fuego y elevan mi locura. Sexos ardientes, repletos de lujuria y pasión, que no pueden vivir separados jamás ….

Así, quiero estar… siempre… contigo.

lunes, 16 de mayo de 2011

Este relato ha sido presentado al ejercicio de autores de TR.


Dedicado especialmente a “X”



La chica de la revista

Javier se queda hasta última hora en la oficina cada noche, porque sabe que es el mejor momento para poder disfrutar de su placer oculto en total intimidad.

Podría conectarse a internet y disfrutar de las múltiples páginas que hay en la red con fotos sensuales, incluyendo el porno de lo más variado, pero en cambio él prefiere las revistas “normales”, las que contienen esas fotos en papel couché de toda la vida. Cree que las imágenes en ese formato respiran vida, se ven con otro color, con todo tipo de detalle, porque el ojo no ve solamente la fotografía, sino mucho más allá, por eso, lo que para muchos pueda ser una revista normal y corriente, para Javier es la enciclopedia de las múltiples visiones y sensaciones.

Después de asegurarse que no ha quedado nadie en toda la planta, se sienta cómodamente en su sillón, se afloja el nudo de la corbata y comienza a hojear la revista que guarda celosamente en su cajón. Se trata de una conocida publicación de moda. Aun no ha tenido tiempo de abrirla y estrenarse en su exploración minuciosa le hace sentirse nervioso y excitado. Además, el hecho de estar en su despacho y poder ser descubierto, logra que esa sensación placentera aumente.

La chica de la portada, es esa famosa actriz a la que admira tanto. No lo duda, cuando se anuncia en el frontal, más que seguro el interior ofrecerá un gran reportaje sobre ella. Javier se sonríe, como si tuviera un tesoro entre sus manos. Avanza tras la portada y no hay nada del otro mundo en las primeras páginas: Algunos truquitos femeninos y los típicos reportajes de belleza. Se entretiene en un artículo que comenta la próxima visita a España de un conocido grupo de rock. Tras pasar rápidamente el artículo que habla de cómo combinar unas botas con la falda más rabiosamente de moda, va pasando páginas de publicidad donde también disfruta viendo los poderosos labios de esa modelo que anuncia un conocido perfume o esa otra actriz española, promesa del cine de Hollywood, de blanquísima sonrisa, que muestra unos vaqueros híper-ceñidos.

Por fin llega al reportaje de la actriz famosa de la portada que parece sonreírle directamente a él. Se siente alterado de tenerla así, tan cerca… mirándole. Es una mujer preciosa, todo un portento sensual expuesto en una foto gigante. Su rostro aniñado muestra una perfección única, con una clara disposición de cada rasgo, sus ojos, su pelo, su tersa piel… sí, posiblemente la foto esté retocada por ordenador, eso está a la orden del día, sin embargo, no le quita un ápice de admiración hacia ese trocito de cielo. Su cara, ligeramente ladeada y apoyada sobre su fino brazo, sus ojos entreabiertos, al igual que sus perfilados labios, ofrecen una visión tan cándida, como seductora. La página siguiente es aun más atrayente: La actriz en cuestión está tumbada de medio lado con un bañador “años 60” de rayitas, que remarca unas endiabladas curvas y un escote por el que parecen quererse salir sus turgentes pechos. Javier siente como su miembro se acrecienta, hasta que poco a poco la erección es desmedida. No puede evitar acariciarse suavemente por encima del pantalón sintiendo ese vigor provocado por ella, la joven y preciosa actriz que le sonríe, que le estimula con sus curvas, con sus divinos ojos, o con ese escote y esa sensual línea del labio superior que presupone habilidosa a la hora de hacer una felación y entretenerse en el frenillo de su dilatado miembro. Cuántas veces habrá soñado esa escena: Ella desnuda, arrodillada a sus pies, él sentado en su sillón y acariciando su suave cabello mientras ella prolonga hasta límites insospechados el momento de mantener su enhiesta verga hasta lo más hondo de su garganta mientras la chica parece agradecérselo con sus ojos vidriosos, satisfecha… entregada.

Inevitablemente se siente embelesado con cada imagen y a medida que va descubriendo nuevas fotografías de su adorada actriz, su cuerpo y su mente están fuera de sí. Le gusta entretenerse en cada detalle y observar lo bien que está preparado el encuadre, la luz, la suave piel de la protagonista, el brillo de sus ojos, el maquillaje, los zapatos, la largura de sus piernas...

A pesar de que le hubiese gustado continuar con esos momentos íntimos entre él y su chica de portada, Javier se serena, piensa que esa revista y esa actriz especialmente, se merecen un detenido recorrido pero en un lugar más íntimo, en su casa, donde nada ni nadie pueda interferir en esa dulce complicidad que hay entre ella y él... los dos a solas. El lugar ideal para dejarse llevar por su fantasía, con esa mujer que parece tener vida y traspasa la portada para tumbarse a su lado y decirle: “Fóllame”.

Algo más calmado, se dirige a la parada de metro pensando en el buen momento vivido unos minutos antes en su despacho, le gusta deleitarse en el recuerdo que le produce el estreno de cada revista. Tener una relación así puede parecer fría... para Javier es súper placentera, una especie de conexión que para muchos parecería locura, para él, divina locura.

Avanza hasta el andén y como suele hacer otras muchas noches, se sitúa en el mismo lugar. Piensa para sí mismo que es excesivamente metódico para todo, pero se ríe al pensar "¿Qué tiene de malo?". Se sube en el primer vagón del metro, como todos los días... otra de sus medidas costumbres. Se percata de algunas caras conocidas, las mismas personas que imagina en cada una de sus vidas, algunas de ellas resultan casi familiares. Puede llegar a intuir si han tenido un buen o mal día, si han repetido de pantalón o casi hasta en lo que están pensando...

Se sienta en diagonal frente a la puerta, donde tiene un mejor ángulo de visión. Le encanta observar a la gente que entra y sale del vagón en una especie de juego… de pasión particular, principalmente hacia las féminas, sin distinción de edad, categoría social o físico. Piensa que en cada mujer existe un atractivo especial y casi siempre ellas lo saben aprovechar al máximo. Una mujer guarda para sí tantas cosas, que es cuestión de fijarse en los pormenores para poderlo descubrir. Con cierto disimulo va buscando caras repetidas... y otras tantas nuevas. A veces se deja llevar por sus pensamientos más lascivos, pero es que es inevitable observar a esas mujeres que parecen estar relajadas tras un duro día de trabajo, esperando ser atendidas, mimadas, enamoradas después de tanto estrés, de tanta formalidad, de tanto trabajo duro... Como esa ejecutiva que está sentada a su lado, con su maletín de jefa seria sobre sus bonitas rodillas intentando ocultar parcialmente unas largas piernas embutidas en esas medias de rejilla que la muestran tan sexy, ó esas elegantes joyas que luce en una mano de largas y perfiladas uñas. Imagina que debe ser toda una fiera en la cama y que esa seriedad que mostrará seguramente a sus empleados se contrapone con una actitud salvaje y ardiente con cada uno de sus amantes. La imagina desnuda cabalgando sobre él... y eso le excita de nuevo. Está viendo esas tetas que ahora se mueven al vaivén del tren llevando esa visión a cuando ella pudiera estar desnuda entre sus piernas mientras la penetra con toda la furia.

El tren se ha detenido y su sueño se desvanece por unos segundos. Entra y sale gente, pero ninguna novedad a la vista. Se fija en los aspavientos que hace un hombre de traje marrón discutiendo por el móvil acaloradamente hasta que de pronto siente que la mujer que va sentada a su lado, la ejecutiva sexy, está observándole a él. Disimula leyendo su revista, pero por el rabillo del ojo se siente vigilado. Posiblemente le parezca raro a esa mujer que un hombre esté centrado en la lectura de una revista de moda, prioritariamente femenina, sin embargo a Javier no le parece nada anormal, al contrario, piensa que más hombres deberían hacerlo y de hecho sabe por alguna conversación con el quiosquero que no es el único. Otros muchos, seguramente descubrirían más secretos ó placeres de personas de carne y hueso que el resto de revistas dirigidas a hombres, con chicas totalmente artificiales y engañosas. Mira de nuevo a esa mujer que le observa, pero esta disimula mirando por la ventanilla hacia un lugar inconcreto.

El metro se detiene nuevamente en la siguiente estación. Javier cierra su revista marcando con su dedo la página con la que tanto está disfrutando... la que muestra esa joven actriz con quien tanto se está excitando, lo mismo que sus pensamientos con la ejecutiva agresiva, pero prefiere por unos segundos quedarse oteando como entran más pasajeros, examinando sus actos… sus caras, especialmente ellas. Javier adora a las mujeres, muy por encima de lo común. Siente además de esa atracción puramente sexual, un profundo respeto en el juego que ellas le provocan, en esos medidos movimientos, en esas intencionadas poses, en esos calculados trucos femeninos. Sabe que muy pocos hombres son capaces de captarlo. Hasta que... ¡Bingo! Entre todos esos pasajeros que entran y salen, una chica accede al vagón... Javier no la reconoce, pues una monada como esa, no pasa desapercibida precisamente. Además de bonita, es muy joven, posiblemente no llegue a los veinte. Javier se sorprende doblemente, porque además de tremendamente atractiva, es exactamente igual a la chica de su revista.

En principio, se niega a si mismo que pueda ser ella, pero, aunque pueda haber algunas pequeñas diferencias al tenerla así en vivo y en directo, sí que guarda un extraordinario parecido. Lógicamente el resto de los tíos dirigen sus miradas directamente sobre ella, no es de extrañar, piernas larguísimas bajo una corta minifalda, unos cabellos rubios rizados que sobresalen de un gorrito de lana, una piel tersa y resplandeciente, un escote alborotador y un piercing en la ceja, que la exponen como a una niña mala, como a una gatita aparentemente indefensa y traviesa a la vez frente a miles de gatunos hambrientos. Javier sigue pensando que ese parecido con la chica de su revista es demasiado y su nerviosismo de tenerla tan cerca aumenta cada vez más. Alguien ha cedido a esa belleza un asiento justo frente a él. Ella cruza las piernas de forma sensual al sentarse, mientras pone más volumen a su Mp3 como queriendo escapar del mundo, para meterse en el suyo y alejarse de todos los buitres que la acechan.

De pronto ella se queda mirando fijamente a Javier, tanto a él como a su revista. Cuando este se siente descubierto, se incomoda ante la mirada de esa preciosidad al notar que estaba, inconscientemente, devorándola con los ojos. Disimula repasando las páginas a todo color de su actriz favorita, pero ni esa pose seductora de su hembra más sexy, sentada sobre una cama desecha, ataviada con un body negro, pueden hacerle evitar estar atento a esa traviesa chiquilla real que tiene ante sí, para espiarla mientras se desenvuelve en el vagón, con todo el arte del mundo, difícil de superar. A pesar de ser tan joven, sabe jugar frente a esos hombres con auténtica maestría. Les controla dominando cada gesto... cada movimiento y les lleva a todos en palmitas, para dejarles boquiabiertos, incluido Javier, cuando con una aparente inocencia explota el globo de chicle de su boca, para que los restos se depositen ligeramente sobre su labio superior y a continuación retirarlo con la punta de su lengua de forma cándidamente lasciva. Sus miradas vuelven a cruzarse y él sigue disimulando. Intenta concentrarse en su revista, porque no quiere que le pillen de nuevo en fuera de juego, aunque se siente profundamente atraído por ella.

Ensimismado en la revista y en sus codiciosos pensamientos, escucha una voz a su lado. ¡No puede ser! Es ella... la chica juguetona que ahora le mira con sus ojos felinos, le sonríe y le saluda sentándose junto a él… ¡es increíble!

- Hola. – le dice sonriente.

Javier no reacciona, tarda bastante tiempo en asimilar que es a él a quien se está dirigiendo ese dulce angelito.

- Me gusta tu revista - añade ella sin dejar de mostrar una deslumbrante sonrisa.

El hombre se siente extraño, pero al final decide contestar, a pesar de que siente la garganta seca al intentar hacerlo. Una chiquilla como esa no parece de carne y hueso, y sí, sí… definitivamente está hablando con él.

- Ah, ¿esta?, sí, es de moda. - contesta al tiempo que presiente como si todo el mundo les observara.

¿Cómo puede ser que un hombre hecho y derecho se sienta tan descentrado ante una joven?, ¿Cómo es posible que esa criatura aparentemente inexperta le domine de esa manera? Ella sonríe de nuevo, mirándole con detenimiento. Él intenta hacer lo propio, pero está tan cortado que solo lo hace de reojo, advirtiendo que de cerca está más buena de lo que parecía, que sus muslos son más tersos y suaves en apariencia, ahora que los puede ver a unos pocos centímetros, que sus ojos son más verdes e hipnóticos, que su boca es una fresa apetitosa… La chiquilla se acerca más a su cuerpo, puede percibir con nitidez su embriagador olor... un dulce perfume juvenil con reminiscencias de mandarina. La boca de la joven está tan cerca de su cuello que casi puede apreciar su calor. Parece como si le fuera a besar. Javier se siente tenso… excitado.

- ¿Ya te has masturbado con ella? - le susurra la chica al oído, pegándole prácticamente los labios a su oreja.

El hombre abre los ojos como platos. La mira con cara de evidente confusión. Ella se limita a sonreír señalando la revista que el azorado Javier mantiene en su regazo.

- ¿Que si te has masturbado con la revista? - vuelve a susurrarle rozándole prácticamente con sus labios en su mentón.

Javier niega con la cabeza. Esta tan aturdido que no entiende en absoluto ese juego.

- ¿Me la dejarías?

- ¿Qué? - contesta él sin entender.

- Sí, tu revista... Quiero masturbarme con ella. – añade en un ronroneo.

Apenas le deja tiempo de reaccionar. Mientras el metro se está deteniendo, ella se levanta y se coloca de pie frente a él abriendo ligeramente sus piernas. Desde esa posición parece mostrar sus encantos en exclusiva para Javier, sabe que es el hombre a quien ella dirige las señales, quién quiere que la observe con total detenimiento, que la admire y que la desee… ¡Es tan hermosa!

Javier no puede remediar que su erección sea evidente a todas luces. La chica se agacha ligeramente, momento en el que él puede descubrir algo más que su canalillo y una buena porción de sus juveniles y tersas tetas. Ella recoge la revista que se escapa entre los dedos rígidos de Javier.

Justo en el momento en el que él quiere abrir la boca, ella vuelve a acercar sus labios a su oído. Nota de nuevo su intenso perfume... su calor, además de ver esos balanceantes pechos a muy pocos centímetros.

- ¿Quieres ver cómo me pajeo con ella? – susurra la diablilla.

Se sienta frente a él, en el lugar que ocupaba anteriormente para comenzar a hojear su revista, esa que guarda con tanto mimo, esa que es su gran secreto, su íntima joya, ahora compartida. No reacciona, todavía está hipnotizado por la exuberancia de esa chica, por su traviesa forma de jugar, por su dominio total de la situación... Ella de vez en cuando alza la mirada de la revista, para sonreírle y hacerle un gesto con la cabeza invitándole a disfrutar del show exclusivo que le ofrece en el vagón.

Se siente avergonzado. Nota como si estuviera desnudo, como si esa preciosa chica le hubiera despojado de la ropa en medio del tren. Una noche tranquila en el metro, se ha convertido en algo fantástico y sorprendente a la vez… algo que es difícil de asimilar con cierta racionalidad.

El tren se ha ido quedando vacío, parada tras parada, hasta que cuando apenas quedan tres estaciones más para llegar al final del trayecto de esa línea, se quedan los dos solos en el vagón. En ese momento ella mira a los lados y vuelve a sonreír a Javier sabiendo que ahora nada ni nadie puede interferir en su juego erótico. Introduce ambas manos bajo su minifalda y lentamente, sin dejar de mirarle fijamente a los ojos, desafiante, saca sus braguitas arrastrándolas a través de sus interminables piernas que a continuación abre ligeramente, lo suficiente para que él pueda observar con nitidez el coño libre de vello de la joven. Javier nota la palpitación de su corazón en sus sienes, en sus muñecas… en su miembro. La visión no puede ser más alucinante. Esa chica es un sueño, pero ahora está ahí, en exclusiva para él.

El tren llega a la parada de Javier. Él debería levantarse y salir, como hace cada noche, abandonando ese vagón, pero aunque el convoy se ha detenido, hoy el trayecto tiene otros alicientes, alejados de la lectura de su revista, ahora está viviendo el momento de una divinidad real, que guarda tan asombroso parecido con su actriz particular. El hombre no puede moverse, menos cuando la chica sigue enfrascada con su revista de moda y con sus deditos metidos en la minifalda acariciándose entre los muslos suavemente. Puede ver en su pecho la respiración agitada de ella y como esos deditos juguetones y malvados se abren paso hasta llegar muy cerca de su entrepierna para después acariciarse directamente el sexo, suavemente... tentadoramente, sin dejar de mirar a su espectador privado.

Él se tambalea cuando el metro emprende de nuevo la marcha. Su parada ya no es esa, sino la preciosa diosa que tiene enfrente. Se desabotona la bragueta casi por instinto y saca su polla del aprisionamiento del pantalón. Ella parece celebrarlo porque sus ojos brillan aun más fijándose en la vigorosidad que tiene ante sí. Él comienza a acariciarse, notando como esa dureza aumenta por momentos, siente el calor de su verga, provocado por los movimientos lascivos de esa chica espectacular, siente que es la mejor imagen para masturbarse que hubiera soñado nunca y ahora quiere acompañarla tal y como hace ella, al mismo ritmo que el suyo, al que marca también el inicio de la marcha del tren.

Javier está nervioso, confuso… pero ante todo, más cachondo que en toda su vida. La joven, sigue entretenida con su revista. Sus dedos juegan entre sus labios mayores, y él puede llegar a percibir como la humedad de su vulva impregna la punta de sus dedos.

Él siempre se había preguntado cuanta gente tendría ese mismo fetichismo sobre las revistas, el sentirse atraído por las musas y sensualidad que ofrece el papel cuché... y ahora, es esa chiquilla la que le corrobora que no es el único en sentirse atraído por las revistas, sino que ella también se masturba, pero además, sin cortarse en absoluto haciéndolo delante de él… en absoluta preferencia.

La traviesa joven se siente victoriosa al observar cómo el miembro de Javier, en la máxima expresión, está siendo mecido por unos dedos temblorosos y excitados. Después ella vuelve a las fotos de moda y solo de vez en cuando levanta los ojos, para corroborar que él sigue metido en ese juego tan morboso que están intercambiando entre ambos, en algo más en común que una revista... su pasión.

Javier no sabe a dónde mirar para guardar en su memoria un momento tan insuperable, tan irrepetible. Quisiera poder grabarlo con una cámara y no perderse después ni un detalle de lo que vive ahora con ese ángel, de su boca, de sus ojos, de sus inmaculados dientes, de sus perfectas piernas, de su jugoso y ardiente coño… Esa admirable joven, está ahora prácticamente desparramada sobre su asiento, mostrando sus divinos muslos abiertos y sus dedos jugando sin pudor sobre su sexo.

A Javier le resulta complicado tener los ojos abiertos, porque su mano está acunando frenéticamente su polla a toda prisa. Sabe que no aguantará mucho, pero a la vez, quiere detener el tiempo solo para seguir admirando a su diva. La visión de ese cuerpo y ese dilatado coño que la joven acaricia cada vez con más vehemencia, superan el control del más sensato e imagina que está follándosela, que su miembro es uno de los dedos que está jugando entre el clítoris y la entrada de su virginal cueva. La chiquilla está mordiéndose el labio inferior ligeramente. En su mente parece tener a un hombre al otro lado que se está masturbando por su culpa. Dios, que perfección de mujer, piensa Javier, que maravilla de foto hecha realidad, donde cada detalle es armonía… arte… erotismo vibrante. Se fija en la redondez de sus hombros, como resaltan en una piel morena y fina, cómo ese brazo acaba en una alargada mano y cómo un pulgar está metido en su sexo, seguramente rozando las rugosidades de ese tierno chochito. No puede verlo, pero casi sentirlo en su mente. Cree estar viendo su polla acariciada por las paredes de esa vagina, como rozan su caliente tensión y como envuelven ese falo inflamado... sediento de sexo. Apenas unos segundos después su mente se nubla, el movimiento del tren y de su propia masturbación le producen un extraño vértigo, pero el trance aumenta cuando quiere estar acaparando todas esas imágenes con sus ojos cerrados y de pronto un potente chorro sale disparado hacia una altura inimaginable, a un lugar inconcreto, a la vez que un largo suspiro casi convertido en grito sale de su garganta para después lanzar un chorro tras otro acompañando a la corrida más alucinante en medio del vagón de ese metro tan surrealista.

Abre los ojos ligeramente para comprobar en qué estado se encuentra la chica, cuando alarmado se da cuenta que ha desaparecido. No está frente a él. Mira a todos lados, buscando cualquier resquicio por donde pudiera haberse colado. Es imposible. No puede creérselo, pero está prácticamente seguro que desde su última visión de esa mujer, el tren no se ha parado, sino que comienza a detenerse ahora en la penúltima estación. Quizás ella se hubiera trasladado al otro vagón, en el preciso instante en el que él, con sus ojos cerrados viviera el mejor orgasmo de su vida, aunque es casi imposible que no se hubiese percatado de eso.

Javier se levanta a duras penas. Casi no puede mantener el equilibrio con el traqueteo del metro y sus pantalones medio caídos entre sus muslos. No puede ser, esa chica no ha podido esfumarse en un suspiro, ni mucho menos sin que él se hubiera dado cuenta. Se enfada consigo mismo, arrepentido de haber cerrado los ojos en el momento de ese extraordinario orgasmo.

Se siente contrariado. Debería bajarse del tren, pero las puertas han vuelto a cerrarse y el convoy continúa hacia la siguiente estación... la última de su trayecto nocturno. Se apoya sobre el asiento, totalmente desalentado y confundido, porque no puede entender cómo ella se ha podido volatilizar, muchísimo menos que todo haya sido un sueño o fruto de su imaginación, porque ha parecido tan real, que aun tiene el olor de ella en sus fosas nasales y el recuerdo perfecto de sus piernas, de sus ojos, de sus labios y también los de su palpitante coño.

Cuando por fin el tren ha llegado a su parada final, Javier se levanta de su asiento, totalmente apesadumbrado dispuesto a abandonar el vagón mientras recompone como puede su vestimenta, intentando mientras dar un sentido lógico a toda esa locura, hasta que de pronto percibe que en el suelo, justo bajo el lugar donde minutos antes estaba sentada esa chiquilla, se encuentra tirada su revista. Se apresura a recogerla y la abre, recorriendo rápidamente las imágenes de su actriz favorita, en un intento vano de recuperar a la otra, a la real… pero ella no vuelve a cobrar vida, como hiciera antes. Realmente parece no haber existido en ningún momento.

Intenta recomponer todo el puzle de sensaciones que abordan su cabeza a medida que comienza a avanzar lentamente por el andén, separando de su mente lo posible de lo imposible, lo real de lo irreal, pero resulta tan absurdo dar una explicación fundada a todo ese suceso, admitiendo que seguramente todo haya sido producto de una extraña alucinación, como una especie de locura transitoria fabricada por su propia acalorada imaginación, incluso pudiera tratarse de algo paranormal, en la duda de si esa chica era de carne y hueso o simplemente ha traspasado una tercera dimensión, saliendo de su revista, para aparecer frente a él.

Lo que sí es real es la revista, la que ahora se lleva a la nariz para sentirse dichoso de tenerla, identificarse con su agradable aroma, en esa mezcla de olores a imprenta, a papel y al supuesto perfume de su chica fantasma. Javier abre la publicación por la página central, para volver a admirar la belleza de esa actriz, cerciorándose que es ella, la misma chica del vagón, que ahora pasará a formar parte de algo más que una fantasía porque ha logrado revivir del fondo de su mente.

De pronto el tren produce un ruido que despierta a Javier de sus pensamientos al cerrar las puertas. En ese momento regresa hasta el vagón que abandonara poco antes, pegando su cara al cristal, recorriendo con su vista el asiento ocupado minutos antes por su dulce angelito, recordando sus curvas, sus labios, sus ojos, cuando… inconcebiblemente observa que bajo el asiento hay unas braguitas echas un ocho, sí… esa misma prenda que la dulce y traviesa chiquilla se quitó en aquel movimiento tan erótico, tan increíble… Javier corre hasta la puerta más cercana en el vano y desesperado intento de abrirla, cuando en ese momento el tren emprende su marcha en sentido contrario, de camino a cocheras y el hombre se queda paralizado al borde del andén observando cómo se aleja el convoy y con él tantas ilusiones, tantas sensaciones…

Vuelve a acercarse la revista al pecho y se sonríe abrazándola, sabiendo que ahora, dentro de toda esa locura que ha vivido, tiene que haber algo cierto, porque… algo de todo esto ha sido real ¿O no?

Lydia

Subscribe to RSS Feed Follow me on Twitter!