jueves, 25 de febrero de 2010

Esta historia ha sido enviada para participar en el ejercicio de autores cuyo tema es...
"Relato psiquiátrico"


CARTA BLANCA


Todo está en su sitio... como lo está cada jueves, colocado escrupulosamente. No cabe duda de que el doctor Allerti es un condenado maníaco del orden.

Tumbada sobre el diván me entretengo observando cada detalle de la consulta: Sobre la chimenea el cuadro de sus hijos, con una dedicatoria que nunca alcancé a descifrar, tampoco me importó demasiado nunca, la verdad. Junto al retrato, un pisapapeles engañosamente de plata que sostiene 2 entradas de algún espectáculo que le causó impacto... creo que son de ópera. Los candelabros siempre encendidos, menos la vela central… no sé por qué, otra de sus locas manías supongo... Una copa de alguna competición de tercera clase…

La habitación es pequeña para ser una consulta de un prestigioso doctor, sin embargo, eso sí, no le falta detalle, demasiado para mi gusto, pero tiene de todo. Una alfombra gigante algo desfasada, unos visillos de las ventanas, hechos a mano, seguramente por algún paciente recuperado... o quizás aun más trastornado... ¿Quién puede hacer semejante horterada? o peor aún... ¿quién es capaz de colgarla de sus ventanas? El escritorio me queda justo detrás, no alcanzo a verlo, pero sé que cada cosa que hay sobre la mesa, está por algún motivo, menudo es este hombre. Hago memoria de lo que veo en la mesa antes de tumbarme: Una agenda colocada sobre varios libros, un pequeño jarrón con flores frescas... y un pequeño abrecartas bañado en oro, que no creo que sea macizo, pero mira, ese es chulo. La lámpara del techo tiene delito... bastante estrafalaria, es una araña gigante, impropia para una estancia tan reducida y seguramente más antigua que el catarro y, pero sobretodo friki a más no poder. El diván, algo decadente para una consulta psiquiátrica con cierto caché; es de cuero negro, aunque algo desgastado.

El doctor interrumpe mi sosiego.

  • Perdona Aurora, tuve que enviar un fax urgente y se complicó la cosa...
  • No pasa nada, tranquilo. No tengo ninguna prisa. Ya lo sabe usted bien…

Este psiquiatra tiene una risita algo molesta, por no decir... insoportable, como si sacara un grillo de su garganta. Para colmo de males siempre es igual de repetitivo con sus frases:

  • Aurora, ¿cuantas veces te tengo que decir que esto es para ayudarte? ¿que no te lo tomes como una obligación?
  • Si, creo que me lo ha dicho unas cuantas veces. - le digo sin mirarle a la cara, porque de seguro está sonriendo con esa cara de payaso que tiene.
  • Verás, si no me ayudas, poco avanzaremos, ¿No crees?
  • Doctor. Siempre me sale con la misma canción. Yo estoy aquí por pura obligación y usted lo sabe.

Desaparece de mi ángulo de visión. Le encanta ponerse detrás de mí y observarme. No lo veo, pero lo sé, me noto inspeccionada durante bastantes segundos.

  • Aurora, estás en una fase de curación casi absoluta.
  • Casi... usted lo ha dicho. Igual que la semana pasada… Mientras tanto todavía sigo en el hospital.
  • Bueno, mujer, pero hemos conseguido que solo vayas a dormir y tienes libertad para moverte por la calle, cuanto quieras.
  • Si y a tener que ir a fichar a ese puto manicomio cada día a las ocho de la tarde. ¿Usted cree que eso es vida?

Oigo los pasos del doctor y a ciegas intuyo que está cogiendo su bloc de notas. Una agenda más pequeña a juego con la que tiene sobre la mesa, pero todavía más desgastada por el uso. Siempre me he preguntado, ¿por qué no lo grabará? o mejor... ¿por qué no usará un portátil? Hoy en día es básico... o una Pda, de esas que cabe en un bolsillo…

Vuelve a interrumpir mis pensamientos.

  • Si no te importa, volvamos al capítulo en el que me relatabas tu relación con las otras pacientes del hospital.
  • ¿Es necesario?
  • Sí, lo es, por favor…

Se sienta detrás de mí, en su sillón de orejas. Este tipo es de la escuela de Freud, fijo… y eso que no he visto ninguna foto suya colgada por ahí. ¿Será la reencarnación? Desde luego, ¡vaya pintas!

  • Vamos, Aurora...
  • Pero si se lo he contado miles de veces. Allí están todas locas, majaretas perdidas. Y la que está un poco cuerda, está ensimismada, totalmente ida, como un pollito hervido.

Me acuerdo cuando mi padre hervía a los pollos. Esa era su extraña manera de matarlos. Siempre pensé que era algo cruel, pero ahora me hace gracia imaginar a los pollos intentando salir de aquella olla gigante, atados por las patas unos a otros.

Él insiste:

  • Y ahora, dime, ¿Tú te sientes distinta a ellas?, ¿A las otras pacientes?
  • Hombre, claro... Hay una gran diferencia, ¿no le parece? Soy una persona normal.
  • Bueno, sufriste episodios...
  • Ya, vale, vale... No me cuente otra vez mi cuadro clínico doctor, me lo sé de memoria, pero sabe de sobra que solo fue para eludir la cárcel. Maté por motivos claros y no por eso estoy loca.

Otra vez guarda silencio. Creo que siempre busca alterarme, para comprobar lo jodidamente chalada que estoy. Eso es lo que debe pensar, el muy hipócrita. Se las da de amiguete, de que cura lo incurable y es que no conseguimos nada en estas charlas… me parece la cosa más absurda del mundo.

  • Doctor, a todo esto: ¿Cuándo tiene previsto darme el alta definitiva?
  • Aurora... sabes que no está en mi mano...
  • No, por favor... Otra vez no. Usted es la única persona que me puede dar la carta blanca y lo sabe. No sé a qué está esperando. Estoy harta de venir aquí cada jueves sin avance ninguno.
  • Tu actitud está resultando muy egoísta, ¿no te parece?

¿Egoísta? Ahora resulta que no estoy aquí por mí... sino por él... Ahora soy yo la que permanece en silencio, porque este tío me va a sacar de mis casillas realmente. Llevo cientos de sesiones con él y no es capaz de aflojar un gramo... parece una espiral de la que no puedo salir. Me está torturando. Y si estoy en el tercer grado, es porque he cumplido más de la mitad de mi condena en un horrible hospital psiquiátrico... no porque él me haya ayudado.

Y vuelve con lo mismo:

  • Aurora, hablaremos más adelante de los avances. Centrémonos en tu relación con las otras mujeres del hospital...

Otra vez. Resulta cansino escucharle siempre haciendo las mismas preguntas chorras. Sino fuera porque dependo de él, me habría largado hace rato. Sé que un comportamiento indebido, me llevaría de nuevo al encierro y eso es lo último que deseo.

  • He llegado a odiar a todas las personas que hay allí... ¿Le vale con eso?
  • Sí, pero supongo que no todas. Habrá alguien que te haya caído bien…
  • Ya le dije que allí no había nadie que mereciera la pena. ¡Están taradas todas!
  • Bueno... ¿Y las enfermeras?, ¿Los doctores?

¿Será cabrón? Me lleva otra vez al agujero, quiere que salte, que empiece a maldecir a todos, pero es que tengo razones sobradas para ello. Las enfermeras, aparte de ser todas unas zorras, nunca me dieron el menor atisbo de cariño, ninguna mostró afecto ni nada que se le pareciera… y no hablemos de los médicos, todos más jodidos que las propias pacientes... Sin embargo hoy no le voy a dar por el gusto a este, no… hoy me voy a callar.

  • ¿No me dices nada, Aurora?

¿Qué le voy a decir si me aburre siempre con la misma cantinela? Prefiero adentrarme en las paredes de su recargada habitación. Mola más seguir el juego de las cenefas de un papel pintado, que por cierto, me recuerda las películas de Sherlock Holmes... Ahora que lo pienso, ¿me habré teletransportado al Londres del siglo XIX?

  • ¿Aurora?
  • Doctor, de verdad, estoy cansada. ¿No tiene una serie de preguntas nuevas para variar?, ¿Siempre tiene que ser igual?

Se calla y oigo su pequeña risita, esa que hace con la garganta. Seguramente está mirando sus notas y apuntando nuevamente lo mismo, con sus gafas caídas, su corbata roída, su cabeza desproporcionada...

  • Mira Aurora, quería darte una sorpresa y decirte que solo nos quedarían dos o tres sesiones, pero en cambio tú sigues sin cooperar.

Se me ha nublado la vista. Creo que de tanto mirar los dibujos del papel pintado, me ha entrado un mareo. La lámpara de araña parece querer acercarse… el suelo se mueve... me siento borracha, tumbada sobre ese diván, que parece un pequeño bote en alta mar.

  • Aurora, ¿Estás?
  • Doctor... ¿me está diciendo que me va a liberar? ¿Que estamos acabando?
  • Puede ser. Depende de ti.
  • No, depende de usted... ¿De su puta firma, quizás?
  • Mi firma ya está hace meses, mujer. Haz un esfuerzo. Ahora eres tú la que tiene que...

A pesar del mareo, logro sentarme sobre el diván con cierta rapidez. El doctor Allerti se me muestra difuso, como si no fuera él. Casi no logro ver nada. Tan solo el abrecartas dorado, sobre la mesa que me ciega con su intensa luz. Doy apenas dos pasos, lo tomo entre mis manos y volviéndome a trompicones, se lo inserto al doctor en el cuello. ¡Zas!

Es curioso… Se ha colado en su garganta como un cuchillo caliente en la mantequilla.

Ahora vuelvo a enfocar todo más claramente. El doctor tiene los ojos abiertos como un sapo. No puede hablar. Mejor... ahora callado, me resulta hasta más atractivo. Extiende su mano y logra alcanzar mi muslo derecho. Resulta gracioso verle pedir ayuda, como un pelele. Cae al suelo y se mueve como una culebra de charca. La verdad es que ya tenía ganas de verle hacer algo distinto.

¿Será mamón? Me ha manchado todo el pantalón de sangre. Bueno, voy a serenarme, porque me está empezando a doler la cabeza, además el espectáculo es tan bello... No tanto aburrimiento de sesiones machaconas, jueves tras jueves.

Me siento sobre el diván y sigo observándole. Está intentando decirme algo, pero no logro entenderle.

  • ¿Qué está diciendo doctor?, ¿Que llame a alguien?

No responde, solo tensa sus dedos como queriendo señalar hacia la puerta.

  • Doctor, no hay nadie. Recuerde que soy su última paciente de los jueves. Estamos solos los dos. ¿A quién quiere que llame?

No dice nada, tan solo sigue aspirando con dificultad y la sangre le sale por la boca, ¡qué asco!

  • Mire doctor, no creo que se vaya a morir de esta, así que guarde la calma... Por cierto, ¿Donde está mi carta blanca? ¿Esa que tenía firmada y guardada?

No señala, pero el infeliz busca con los ojos la agenda que hay sobre la mesa. Vaya, la he tenido tan cerca y nunca me dio por husmear allí...

  • No se preocupe doctor, ya la alcanzo yo.

Allí está, justo tras la tapa de la agenda y minuciosamente doblada. "El doctor Alonso Allesti certifica que la paciente Aurora... bla, bla, bla, ha alcanzado el nivel adecuado para su integración, tras la estancia... bla, bla, bla y puede ser liberada de sus obligaciones con el hospital psiquiátrico..". y la fecha... de… ¡hace dos meses!

  • ¡Serás hijo de puta!

Saco el abrecartas de su garganta y la sangre fluye ahora como un torrente. Se está desangrando como un cerdo... Bueno, como lo que es, claro.

Guardo la carta en mi bolso y me pongo el abrigo, mientras el hombre convertido en nada, se está apagando, como todas mis sesiones de los jueves, ¿no es genial?

  • Ah, doctor, no se preocupe, si me pregunta alguien, diré que ya me dio la carta y que seguramente el tarado ese que tiene a las siete y media ha debido ser el que le perforó la traquea... yo soy una ciudadana integrada, ¿recuerda? Lo comentó usted en mi carta… mi carta blanca.

Lydia

domingo, 14 de febrero de 2010

Hoy me esperaba una sorpresa, la verdad.

Seguramente me hubiera hecho muy feliz recibir unas flores, una pulsera o una sencillita caja de bombones... y el caso es que eso hubiera sido lo más sencillo... digamos lo habitual... pero es que ahora me pongo a pensar: Realmente, ¿para qué quiero todos esos regalos?, ¿para darme cuenta de que me sigues amando? ó ¿para entender que eres todo un detallista? ó quizás ¿que no dejas de ser romántico? ó tal vez... ¿que hoy es un día especial para los dos?

La verdad es que me siento muy egoísta... muy materialista cuando esta mañana te entregué mi regalo, y me quedé expectante esperando algo a cambio...

Y no me daba cuenta de que cada momento y cada día contigo es todo un detalle. Compartirnos siempre... continuamente.

Ahora sé cual es mi mejor regalo del día... de todos los días... sencillamente eres tú... cuando como hoy me has hecho una comida deliciosa, cuando me has alquilado esa peli romántica y nos hemos puesto atiborrados de palomitas metidos bajo la manta, disfrutándola juntos.

Gracias, mi amor... porque me he dado cuenta que ese es mi mejor regalo... tú.

¡Feliz día de San Valentín!
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