viernes, 1 de febrero de 2008


Este relato está construido a medias con Marc, aunque para ser sincera, debo añadir que el gran mérito y la mayor parte de la creación es suya, lo mío ha sido solo una pequeña aportación, intentando ser fiel al estilo y a la forma, sin romper la magia y el romanticismo que envuelve esta entrañable historia.

Gracias Marc, por permitirme compartir este relato contigo. Ha sido todo un placer...

Lydia


Para mi admirada Lydia, la mejor autora de relatos en Internet.
Gracias por aportar tu talento literario y tu afecto a mi primer escrito que en realidad es mi regalo para agradecerte ser como eres: una escritora magistral y mejor persona.
Marc.


Eran las siete de la tarde de un triste viernes de otoño cuando el avión de Air France tomó tierra en el aeropuerto Charles De Gaulle de París.

Habían pasado quince años desde que dejé la Ciudad de la Luz con una maleta llena de sueños, de lienzos pintados durante los tres años más bonitos e intensos de mi vida: los que compartí con la mujer más fascinante de cuantas conocí, es decir, tú, mi querida Lydia…

En el taxi me di cuenta de lo mucho que había cambiado la ciudad en estos últimos años o quizás fuera yo quien había experimentado un cambio radical puesto que del joven pintor enamorado de su vocación y de la vida ya no quedaba prácticamente nada.

Cuando el Peugeot 607 llegó al barrio de los Artistas, mi corazón se aceleró y empecé a sentirme mal: me faltaba el aire. Sólo era la primera vez que volvía a la que fue nuestra casa sin tu insustituible compañía, me faltaba tu voz que me ayudara a seguir adelante y no sabía como quitarme la soga del cuello y el miedo a enfrentarme a nuestro glorioso pasado. Le dije al taxista que podía parar allí mismo, le di una generosa propina y continué caminando tirando de mi maleta hasta llegar al hotel para respirar un poco de aire que me ayudara a recuperar la calma.

Me di una ducha, me cambié de ropa y salí dispuesto a recorrer las calles de mi añorada París, del barrio de Montmartre, el lugar preferido por los artistas desde siempre.

Mientas paseaba por las calles tantas veces recorridas contigo, pensaba que si hacía inventario de los últimos años de mi existencia fuera de París, no sabría decir si me ha ido bien o mal, según quiera mirar. Pero lo que sí sabía y sé es que fuera de aquel barrio bohemio y artístico, sin tu incomparable presencia, cambia el significado de las cosas, si supieras que fuera de él y sin tu amor y tu complicidad, tan sólo soy uno más, una persona normal, demasiado normal.

La ciudad estaba triste, la niebla gris matizaba los reflejos de la luz del alumbrado público, de los carteles de neón, de los coches sobre el asfalto húmedo. Reconocía algunas calles, algunos edificios hasta que llegué al nº 5 de la Plaza Pigalle y el corazón me dio un vuelco: el viejo edificio modernista en cuyo último piso tú y yo compartimos los tres años de nuestra pasión había desaparecido y en su lugar habían construido unos apartamentos turísticos conservando la fachada original reformada pero por dentro nada era igual, todo era tan minimalista, limpio, ordenado y luminoso como un moderno apartahotel de 5 estrellas.

No quedaba ni rastro del viejo ascensor de madera que subía y bajaba haciendo crujir toda la estructura de madera del vetusto edificio, sobre todo cuando no podíamos esperar a llegar a nuestro apartamento y allí empezábamos a besarnos y abrazarnos con el ansia con que se besan unos labios nuevos.

Pero decidí permanecer algún tiempo en aquel lugar que años atrás representaba todo nuestro mundo. Entré en la cafetería del apartahotel y me senté en un cómodo sillón en un rincón forrado con una vieja estantería restaurada repleta de libros viejos encuadernados en piel que me eran vagamente familiares y que constituían el único rincón que conservaba la antigua imagen que recordaba de nuestro pasado gloriosamente bohemio.

Le pedí al camarero una tila y cuando empecé a recorrer con la vista todo el local creí enloquecer: frente a mí estaba el lienzo que pinté quince años atrás, el único que no me atreví a llevarme conmigo cuando abandoné París precipitadamente, aquél en el que sobre nuestra cama con las sábanas revueltas tú yacías tumbada de lado apoyada sobre tu brazo izquierdo, mostrando tu elegante desnudez, con tus cabellos dorados como los rayos del Sol cayendo sobre tus suaves hombros, con tus esculturales e interminables piernas semiflexionadas insinuantemente…

Siempre había pensado que fue una estupidez por mi parte dejar aquel retrato tuyo en nuestro antiguo nido de amor, estudio y pasión, que debía haberlo conservado porque fue el último cuadro que pinté, porque la modelo eras tú y porque era lo único que conseguí que no te llevaras cuando me abandonaste porque cuando te fuiste te llevaste todo contigo: mi ilusión, mi amor, mi arte, mi pasión por la vida, todo.

El camarero me sirvió la tila con unas pastas, aproveché para pagarle y darle una propina y me levanté para observar más detenidamente mi última obra.

Lo habían enmarcado con un grueso marco de madera oscura envejecida artificialmente ocultando parcialmente mi firma y totalmente la fecha en que terminé aquel lienzo que no olvidaré mientras viva: 5-V-1992, porque fue el día en que mi vida se quebró.

Viendo mis pinceladas recordé mi afán por reflejar con el óleo como si de una fotografía se tratase la perfección anatómica de tu delicioso cuerpo que me llegué a aprender de memoria hasta el punto de poder dibujarlo sin tenerte frente a mí.

Entonces sucedió lo que había conseguido evitar durante los últimos 15 años: derrumbarme, reconocer mi derrota. Como pude, volví a dejarme caer en mi sillón, me tomé la tila aún caliente de un trago como buscando una calma que no conseguiría de ninguna forma y noté como las lágrimas corrían por mis mejillas mientras seguía mirando mi cuadro y recordaba mi último día de pasión en París, aquel en el que creí enloquecer de dolor, de amor, de infelicidad. Imagino que los llantos de pasión, de rabia, de incomprensión por tu abandono que me prohibí a mí mismo exteriorizar entonces como un gesto malentendido de dignidad ante el mayor fracaso de mi vida se desbordaron al volver a ver aquel cuadro que resumía los tres años más bonitos, intensos y apasionados de mi triste existencia.

El cuadro me trasladó a ese momento… el de nuestra despedida, aquel que guardo en mi memoria con un sabor dulce, el de tu piel que perdura en mis labios y amargo porque esa fue la última vez que puede verte, tocarte, sentirte…

Recuerdo que nos despertamos cuando los rayos del Sol de la mañana penetraban en nuestra habitación venciendo la suave resistencia de los finos visillos blancos. Tú te desperezabas y yo me duché. Luego, mientras tú dejabas que el agua tibia recorriera cada rincón de tu delicioso cuerpo, preparé nuestro desayuno y nada más terminarlo te tumbaste de lado sobre la cama, con tu cuerpo aún mojado… esplendorosamente brillante donde la luz que se asomaba por la ventana se reflejaba en cada gotita sobre tu piel ensalzando aun más tu belleza casi dolorosa. Comencé a pintar aprovechando esa luz de la mañana, la mejor de todo el día para dibujar en París.

Algo estaba pasando por tu cabeza mientras yo me esforzaba en no descentrarme del lienzo, pero era inevitable percibir en tu mirada que algo te tenía preocupada. Sin embargo intuía que no era el momento de hacer preguntas.

Entre nosotros, las horas pasaban habitualmente sin darnos cuenta, hablando de nuestros sueños, de nuestro amor, de nuestra pasión mientras escuchábamos música, canciones que hacían que nos amáramos aún más, pero aquella mañana apenas dijiste unas cuantas frases inconexas hasta que a las dos de la tarde, cuando por fin di por terminado aquel cuadro, el primero que iba a vender en mi vida, concretamente al Sr. Rybérí, el dueño del café del mismo nombre que me había encargado una obra "bohemia" para su nuevo local, me miraste a los ojos de una forma diferente. El alma se me heló:

-Lo siento, cariño, pero hoy regreso a España. Me han ofrecido un trabajo irrenunciable y es una ocasión que no puedo dejar escapar. – tu voz se notaba temblorosa al pronunciar esa frase que me dejó noqueado.

-Pero…, no me habías dicho nada, esto es una sorpresa…- contesté como pude.

-Sí, no quería hacerte daño, incluso pensé en irme y dejarte una nota, pero no sería justo…

-No, no es justo que te vayas así.- te interrumpí bruscamente.

-¿Y nosotros?, ¿qué será de nosotros?- te pregunté rogándote clemencia con mis ojos húmedos, sorprendidos.

El silencio que hubo en ese momento era tan grande… tan dolorosamente intenso que resultaba incomodo.

Añadiste:

-Fue bonito mientras duró, pero la vida no es como nosotros soñábamos que era sino como las circunstancias mandan. Trabajar en una editorial como correctora de estilo no es mi sueño pero puede ayudarme mucho para publicar alguna de mis obras algún día. Además quiero volver a casa después de tres años en París, fuera de mi hogar, y esta oportunidad ha precipitado mis planes.

-¿Y que hay de nuestros sueños? Pensaba que íbamos a casarnos, que íbamos a ayudarnos a conseguir vivir de mi pintura y de tu literatura, pero que pasara lo que pasara íbamos a estar siempre juntos.- dije como un boxeador derrotado por KO.

-Siempre serás el hombre de mi vida, nadie me ha dicho las cosas que tú me has dicho ni me ha hecho sentir lo que tú me has inspirado y por supuesto nadie lo hará en el futuro porque nadie me querrá como tú me quieres pero la vida es algo más: pagar las facturas, comprar una casa, un coche, viajar, tener hijos, y tú pintando y yo escribiendo como en los últimos años no conseguiríamos nada más que malvivir.- me contestaste con una frialdad mantenida a duras penas por la emoción que a ti también te empezaba a embargar y que tu inolvidable mirada no lograba ocultar.

Cerré tus labios con un beso desesperado tratando de hacerte recapacitar. Sabía que tenías razón pero quería seguir viviendo nuestro sueño de vida bohemia en la que sólo nuestro mutuo amor y pasión por el arte tenían cabida. Esperaba que el deseo te enloqueciera como a mí y siguieras feliz en la utopía como en los últimos años.

Estabas tan hermosa Lydia, tus ojos brillantes parecían pedirme clemencia, querían decirme algo sin la necesidad de pronunciar palabra, suplicaban mi comprensión, mi cariño, mi amor…

Mi boca se fundió con la tuya en un beso que me supo a despedida pero eso sólo lo supe más tarde. Mis manos recorrían tu delicado cuello, acariciando tu cabello dorado, mientras mi lengua buscaba con desesperación la tuya. No tardaste en responder a la llamada de mi boca, porque siempre así sucedía, pero ese día especialmente. Nuestras lenguas enloquecían una en busca de la otra… entregándose a un beso con toda la pasión de la que sólo tu y yo éramos capaces.

Algo diferente también había en nuestra forma de acariciarnos, cuando nuestras manos recorrían cada parte de nuestros cuerpos, queriéndonos sentir en toda la intensidad como si esa fuera nuestra última vez… como finalmente sí fue. Nos desnudamos desgarrándonos la ropa y te tumbé sobre la cama. Comencé a beber tus deliciosos pechos, besándolos mientras mis manos acariciaban sus turgentes contornos. Tus dedos se perdían entre mi cabello, como siempre solías hacer. Podía oírse tu agitada respiración mientras mi boca seguía bajando hasta encontrar tu deseado sexo. Lo besé como antes besé tu boca, con una pasión desesperada y desgarradora. Tú seguías acariciando mi pelo alborotado mientras presionabas mi cabeza contra ti, como para sentirme más adentro y te penetraba bebiendo tus deliciosas y abundantes mieles, besando tus deseados labios carnosos henchidos por el placer y la excitación que hacía que te humedecieras aún más. Tu hermoso tesoro se ofrecía ante mí brillante, palpitante y tu mirada dirigida hacia mis ojos me excitaba enormemente.

No pudiste seguir aguantando y alcanzaste un violento orgasmo mientras seguía penetrándote con mi lengua y besando tu rincón más íntimo como si fuera tu anhelada boca. Tus gemidos eran cánticos celestiales para mis oídos.

Me incorporé para observarte desnuda sobre la cama percibiendo los últimos coletazos del placer que te invadía… Cuanto me gustaba verte así, sintiendo el orgasmo con toda su fuerza con tus manos entre tus piernas. Abriste los ojos y volviste a mirarme de esa forma tan tuya que me desarmaba. Después, tu preciosa mirada verde se dirigía a mi miembro que estaba en toda su plenitud. Tu mano extendida sujetaba la mía, invitándome a entrar en el paraíso una vez más, ese que se escondía entre tus esculturales piernas. Las abriste y sin dificultad mi sexo se abrió paso en el tuyo. Como si me fuera la vida en ello te hice el amor con una pasión violenta, como si fuera la última vez que gozara contigo, como efectivamente así fue. Mi verga entraba y salía bajo tu soñado monte de Venus sin salirse completamente mientras tus manos me arañaban la espalda atrayéndome hacia ti y tu boca buscaba la mía para besarla, después la abandonaba y recorría mi cuello jugando con tu lengua y recorriéndola arriba y abajo, haciéndome estremecer, para volver a besarme…

De repente te pusiste encima de mí sin dejar que me saliera de ti girando tu cuerpo sobre el mío. Tu sexo se aferró dulce e intensamente al mío, regalándome el mayor de los placeres así como la visión de tu cuerpo sobre mí bailando cadenciosamente, en una danza tan bella como tú. Tus caderas, tus pechos, toda tú te agitabas como olas en el mar.

Me besaste como sólo tú sabías hacerlo, apasionada y excitantemente, con besos cortos pero intensos y repetidos. Luego estiraste tus estilizados brazos apoyando tus suaves manos en la almohada a ambos lados de mi cabeza y te incorporaste para comenzar a cabalgarme como una amazona al galope tendido, con una intensidad desbocada. Nunca olvidaré mientras viva la deliciosa silueta de tu cuerpo sobre mí al contraluz de los últimos rayos del Sol primaveral de París, de mi sexo que desaparecía entre tus deliciosos muslos para volver a aparecer y volver a ser engullido por ti ni la expresión de placer desencajado de tu cara enmarcada por tus cabellos dorados desordenados al sentirte empalada hasta tus más profundas entrañas en tu postura favorita, llevando el control como a ti te gustaba. Esa imagen vuelve a mí cada vez que me sorprendo a mí mismo echándote de menos.

Entonces tu cuerpo se tensó, se arqueó, echaste tu preciosa cabeza hacia atrás y te abandonaste a un segundo orgasmo mientras aumentaba la frecuencia e intensidad de mis embestidas desde abajo hasta alcanzar casi simultáneamente contigo el clímax del placer. Tu cara reflejaba el gusto inmenso que estabas viviendo y tus ojos brillaban como nunca. Tu boca se abría queriendo acoger la última bocanada de aire, la que nos llevó a un orgasmo celestial.

Lentamente empezamos a besarnos y acariciarnos mientras te decía y te repetía:

-Te amo, te deseo, te necesito, te quiero, no puedo vivir sin ti, eres lo más bonito de mi vida, mi vida misma y sin ti no soy nada.

No hubo respuesta, tan solo tus besos y caricias…

Me quedé dormido completamente agotado abrazado a ti: tenía los nervios destrozados pero el dulce sopor que nos invadía después de alcanzar las cimas del placer me venció y me abandoné inconscientemente a los brazos de Morfeo.

Me desperté cuando el Sol estaba escondiéndose tras los tejados de los edificios vecinos tiñendo de naranja el cielo limpio y azul de la primavera parisina.

Cuando miré a tu lado de la cama y no te vi, entendí que todo había terminado: nunca he vuelto a sentir una punzada de dolor tan intenso, como una lanzada en el costado, como cuando entonces sentí la soledad apoderarse de mí, de la casa, del mundo que de repente se me hizo tan pequeño que fue incapaz de cubrir mi desolación al sentir tu temida ausencia.

Entonces me di cuenta, temblando de ira y de celos, de que ya no podía seguir ni un minuto más en aquella casa porque los recuerdos de nuestro amor me harían enloquecer al comprobar que mis credenciales de posesión ya no valían nada.

Recogí mis escasas pertenencias en una maleta con la ropa y en otra con mis lienzos y cerré la puerta pero antes de dar un portazo a mi vida tal y como la había entendido hasta entonces cometí el error de mirar atrás y allí vi mi último cuadro recién terminado apoyado sobre el viejo caballete de pino repleto de pequeñas manchas multicolores de óleo: la visión de tu deseado cuerpo desnudo, de ese cuerpo tantas veces recorrido por mis manos, por mi boca, por mis brazos, por mis ojos, tantas veces plasmado sobre un papel, sobre un lienzo blanco, me desgarró el alma porque comprendí que nunca volvería a ser mío, que jamás lo volvería a pintar, no lo volvería a amar y sentir más por mucho que lo deseara y lo necesitara.

Y así fue pero te puedo asegurar que en todos estos años no ha pasado un solo día ni una sola noche en que no haya pensado en ti, en que no haya recordado el delicioso olor de tu piel recién amada, el dulce sabor de tu boca, la preciosa mirada de tus profundos ojos verdes, el suave tacto de tu piel aterciopelada…

Entonces decidí terminar con mi leyenda de pintor maldito que nunca ha vendido un cuadro.

Llamé al camarero y le pedí hablar con el encargado del local. Me dijo que no estaba pero que podía hablar con el dueño directamente. A los pocos minutos se acercó a mi mesa un hombre mayor, con el pelo completamente blanco. Su rostro me era muy familiar.

-Buenas tardes, Marc. Han pasado muchos años, demasiados… al menos para mí.-me dijo con una voz que reconocí al instante: era el Sr. Rybéri.

-Sr. Rybéri, me alegro mucho de verle después de tanto tiempo.

-Imagino que quieres llevarte tu cuadro, ese que tu casero me dio a cambio de perdonarle su cuenta en mi antiguo café.

-Sí, quiero comprárselo porque es lo último que me queda de mi vida soñada, de mi vida pasada…

No me dejó terminar y dijo:

-No puedo vendértelo, es tuyo…- Se acercó hacia mi lienzo, lo descolgó dejando la marca de su contorno sobre la pared y me lo ofreció.

-Tómalo, te lo olvidaste hace ¿quince años? Pero hoy has vuelto a buscarlo y lo has encontrado.

-Por favor, Sr. Rybéri, déjeme al menos pagarle la cuenta de mi casero porque el cuadro lo pinté por encargo de Ud.…

-No, un artista no puede recomprar sus cuadros, es algo que va contra natura.

-Pero no soy un artista. Hubo un tiempo en que creí serlo o quise serlo pero definitivamente no lo soy. No ha vuelto a salir un color de mis pinceles desde el día que terminé este lienzo y mi vida tal y como la había imaginado se marchitó como una flor. Soy una persona demasiado normal, con un trabajo gris y una vida monótona, nada que ver con lo que deseé que sería mi existencia pintando: el éxtasis de la felicidad, el amor, la pasión, el arte, la gloria y el reconocimiento.

-Lástima porque no sabes la de veces que los turistas han intentado comprarme tu cuadro con ofertas muy tentadoras.

-¿Sí? Pues ya le digo que ni me acuerdo de cómo se coge un pincel. Además el arte es un estado de ánimo y desde el día en que abandoné esta ciudad en mi mente se suceden las sombras del olvido y la melancolía de un pasado mejor e irrepetible. Cada mañana abro la puerta de mi casa y me pega el viento, cada jornada que pasa no la siento porque todas son desesperadamente tristes y grises, siempre siento la lluvia en la cara pero es por dentro porque aquella última primavera de París dejó paso a un invierno frío y oscuro que no cesa en mi alma. En este estado de ánimo mío no saldrían de mi mano más que obras sombrías, desgarradoramente tristes, que no tendrían nada que ver con la luz, la alegría, la belleza, la armonía de las formas y los vivos colores de ésta mi última obra.

En ese mismo momento me convencí a mi mismo que todo debía permanecer en su sitio:

-De todas formas – añadí, -pensándolo mejor, creo que mi último cuadro debe estar aquí, en el barrio de los artistas de París, donde lo pinté, donde me inspiré, donde lo dejé todo con él: el amor, la felicidad, la pasión por el arte, los sueños, a modo de acta notarial de mis horas altas, de mis mejores días, cuando pensé que los sueños se podían hacer realidad. Pero aquél sueño de mi amor por Lydia, por la belleza y por el arte es uno de esos sueños que a veces se hace… imposible.

-La vida, en la mayoría de las ocasiones, no es como nosotros deseamos que sea.

-Mi vida soñada y deseada, de la que estaba enamorado, terminó hace quince años en mi antiguo apartamento de la Plaza Pigalle que ya tampoco existe y en el que compartí con la mujer de mi vida los mejores años de mi juventud. Su recuerdo es lo único que conseguí y este hermoso cuadro así lo prueba y por eso deseo que permanezca aquí, donde lo pinté, como una reliquia sagrada de un pasado dichoso que no volverá.

-Pero como dice el poeta: lo que pasó ya no existe. Ahora mejor es olvidar…

Nos estrechamos la mano y él se retiró con el cuadro para volverlo a colocar en su lugar, colgado en ese rincón donde debía perdurar siempre. Al subirlo un pequeño papel doblado cayó al suelo. Lo recogió y me llamó:

-Marc… esta nota es para ti.

-Pero… ¿Cómo?

Mi corazón volvió a palpitar como momentos antes, pero esta vez incrédulo de que una carta hubiera permanecido tras el cuadro todo este tiempo. En la nota se leía “Marc”.

Tu inconfundible letra me confirmaba que era una carta de despedida, la de aquel día en que pinté el cuadro y en el que todos mis sueños desaparecieron. Abrí el papel doblado y leí tus palabras:


“Amado Marc:

Hoy ha sido uno de los días más duros de mi vida. Me he sentido angustiada por tener que decirte adiós… que todo se haya acabado así, sin más… Ojalá pudiera desaparecer sin que mi vínculo a ti se mantenga tan vivo, tan presente en cada instante. No resultará fácil dejar de pensar ni un minuto en ti. Nunca podré olvidar todo lo que he recibido de ti, todo lo que me has enseñado en este tiempo, todo lo que me has entregado, sin condiciones, sin pretensiones… tu cariño, tus caricias, tus besos, tu pasión…

Nuestra vida nos ha obligado a tener que movernos… a buscar nuestro destino en otro lugar… No quisiera que te torturaras por ello y espero que algún día sepas perdonarme por todo.

Te amo Marc, más de lo que pudieras imaginar, por eso siempre estarás presente en mi corazón… y es ahora cuando he tenido que tomar esta decisión y de esta forma, sino nunca podría alejarme de ti. Perdóname por favor… y recuerda… estaré siempre a tu lado, como la imagen de este cuadro.

Te quiero. Nunca te podré olvidar.

Con todo mi amor…

Lydia

París, 5 de mayo de 1992”



El corazón me latía desbocado, la cabeza me daba vueltas, los dolorosamente bellos recuerdos se sucedían en mi mente a una velocidad vertiginosa…

En aquel momento comprendí que tú, Lydia, habías sufrido tanto o más que yo al separarte de mí pero no habías tenido más remedio que hacerlo.

Quizás nuestras vidas habían estado encaminadas a conocernos, amarnos y desearnos con aquella pasión y sinceridad absolutas y terminar separándonos porque nuestro amor era demasiado intenso, puro, abrasador, excluyente, bohemio…, totalmente incompatible con las prisas y exigencias de la vida urbana actual de estos tiempos tan malos para el romanticismo...

Doblé cuidadosamente el papel amarilleado por el paso de los años y lo guardé en el bolsillo de mi camisa, junto a mi corazón, el lugar que te pertenecerá siempre, mi querida y añorada Lydia, mientras miraba por última vez en mi último cuadro tu cuerpo majestuosamente bello mientras en la nueva cafetería del Sr. Rybéri sonaban los últimos acordes de una de las más hermosas canciones de Charles Aznavour, “La boheme”, y la melancólica voz del genial cantautor galo decía con un halo de tristeza, melancolía y resignación:

“La bohemia, la bohemia era una flor y al fin murió…”

Marc & Lydia.

21 de enero de 2008


4 comentarios:

Alice Carroll dijo...

Precioso el relato Lydia, me descubro ante tu talento y el de tu amigo. Me he sentido en Paris y me he imaginado visualmente todas las escenas, igual que si se tratara de una película.

Besos.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Alice, por tus elogios que, viniendo de una escritora consumada como tú, tienen un valor especial.

El mérito principal es de Lydia que me animó a escribir el relato y, lo que es más importante, me lo inspiró.

Pero fueron decididamente fundamentales su aportación y correcciones para pulirlo y dotarlo de una belleza literaria que mi primera versión no tenía ni de lejos.

Un beso.

Anónimo dijo...

Muy chulo ese relato. Lleno de romanticismo en la ciudad de los sueños y del amor. Felicidades.
Lydia, a tí ya te conozco, vieja amiga y siempre eres genial, pero ahora conozco también a Marc y lo celebro pues ambos en conjunto, me habéis hecho pasar un rato más que bueno.

Anónimo dijo...

Muchas gracias por tus elogiosas palabras, Rinaldo, porque, al igual que Alice, vienen de alguien que también escribe, y muy bien por cierto..

Tu blog y el de Erotika es muy sugestivo.

La verdad es que a través de mi queridísima Lydia estoy descubriendo a muy buenos contadores de historias en la red.

Hasta pronto.

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