martes, 3 de abril de 2007

Hola amig@s:

Somos Lydia y Nío, dos autores de TR (Lydia y Niovk) que nos hemos conocido casualmente por esta web. A través de nuestros relatos descubrimos el placer mutuo de leernos y ser admiradores el uno del otro cuando intercambiamos nuestros primeros e-mails. Ahora hemos decidido experimentar esos placeres en conjunto, escribiendo “Sex shop a domicilio” para haceros partícipes de nuestras sensaciones.

Esperamos que os guste.

Un beso,

Lydia y Nío.

Capítulo 1. La inauguración

Desde la ventana de nuestra habitación se veían las obras.

-Cariño, ¿qué crees qué pondrán en el solar del banco?-

-No sé, ¿un chino? ¿Crees que me puedes preguntar algo así nada más acabar de hacerlo?- dijo Carlos con un ligero temblor en la voz fruto de su reciente excitación.

-No te enfades, amor… Ya sabes que una mujer puede atender a varias cosas a la vez y, además, hacerlas bien…je, je,- le dije asomada a la ventana mientras tapaba mi desnudez con la sábana.

Una semana más tarde, las obras estaban prácticamente finalizadas y se adivinaba, por el tipo de mobiliario, que iba a ser un video club o algo parecido. El cajero exterior para las cintas de alquiler era un detalle muy esclarecedor.


Cuando al cabo de unos días vi el cartel que estaban poniendo, me quedé perpleja: “Sex-shop Fantasía”… ¿Un sex-shop? Enseguida se lo comenté a Carlos, que pareció sorprenderse tanto como yo.

-Pues tenemos que ir a verlo ¿eh cariño?- le dije.

-¡Qué dices!… paso…-

-¿Por qué? Nunca he entrado en uno…-

-Bueno pues tampoco te vas a perder nada…-

-Pero, estoy intrigada… me gustaría ver éste, van a ser vecinos, ¿no?-

-Que no. No me apetece nada…-

Dejé por cerrada aquella conversación. Cuando Carlos se pone en plan ”burro” no hay quién le soporte. También sabía que la hipotética idea de ir por mi cuenta tampoco le iba a gustar, siendo tan celoso… como es.

Pasaron un par de semanas hasta que llegó la publicidad del famoso sex-shop a nuestro buzón. La verdad es que me apetecía mucho probar, curiosear… El panfleto prometía, tenía un diseño interesante, profesional y, sobre todo, un texto sugerente:

“Fantasía. A partir de ahora tu lugar de relax y diversión. Disponemos de todo lo necesario para el disfrute de los sentidos. Además de toda la gama de productos para estimular tu imaginación, ofrecemos shows en vivo, rodajes amateurs totalmente confidenciales, sala de masajes, microcine, espacio lúdico-deportivo y el exclusivo bar sensual “La sala de estar”. Además, Fantasía incluye visitas a domicilio.

Sex-shop Fantasía te invita a su fiesta de inauguración del día 8 de octubre. No te arrepentirás de integrarte en esta idea. No faltes. Ven con tu pareja o sin ella, como prefieras.”

Adornando la invitación aparecían diversos motivos propios de un sex-shop y varios cuerpazos de mujeres y hombres en posturas sexualmente muy insinuantes pero sin llegar a explícitas. Todo ello aumentó considerablemente mis ganas de ir y sobre todo la invitación a una fiesta en un lugar así. La excusa de la inauguración era perfecta para que Carlos cediese.

No voy a entrar en detalles sobre cómo conseguí eliminar las últimas reticencias de mi novio a ir a la fiesta pero el sábado por la tarde sólo pensaba en qué ropa sería la adecuada para un lugar así. ¿Muy atrevida?, bueno tampoco es que tuviese mucho atrevido dónde elegir… tal vez no era lo más adecuado para un lugar así; ¿discreta pero elegante?... buff, iba a parecer demasiado seria; ¿camiseta y vaqueros?... igual no, al fin y al cabo era sábado por la noche y me gustaba ponerme guapa cuando salía, fuese donde fuese.

-¿Te falta algo por poner sobre la cama?- dijo Carlos con socarrona ironía al ver mi ropa extendida esperando mi elección.

-Pues sí, listo. No sé que ponerme, ¿tú qué crees?- pregunté para saber otras cosas aparte de su decisión.

-¿No crees que tienes demasiado interés en esa....ese sex-shop? Total, es una simple tienda en la que venden cosas, ponte algo para estar cómoda, ¿no? Todavía no sé ni por qué tenemos que ir…- sentenció con desgana.

Por supuesto no le hice caso y al final me presenté con un ajustado y ligeramente estampado vestido de tirantes. Aunque no era demasiado corto, al andar se subía discretamente. Una cazadora fina que tapaba mis hombros. No olvidé ponerme unas sandalias con un poquito de tacón que ensalza mis piernas y las presenta más sensuales y atractivas, como a mí me gusta. Mi estatura me hace elegir cuidadosamente el calzado para no sobrepasar el 1,70 de mi novio, ya que no le gusta verse por debajo. Mi pelo rubio, corto y cuidadosamente alborotado me daba un aspecto muy juvenil a la vez que dejaba a la vista mi cuello, una de las partes que más me gusta mostrar.

Voy a terminar con mi descripción añadiendo que mis ojos son verdes, con un tono amable y mi cara, según Carlos, dice mucho, tiene personalidad marcada aunque no entiendo si eso es bueno o malo… a veces él es así de misterioso. He sobrepasado la treintena, que según dicen es la mejor edad y me siento muy activa, sobre todo en las temporadas que no falto al gimnasio. Vamos, se puede decir que lejos de considerarme explosiva, me veo atractiva en general. Mi pecho esta proporcionado y, a pesar de usar la 95, lo intento mantener alejado de los efectos de la gravedad, con buenos sujetadores y sobre todo con el gimnasio, al que, debido al tiempo libre que me deja mi profesión de asesora comercial, puedo acudir con frecuencia. Este efecto también se nota principalmente en mi culo e influye en las definiciones que hace Carlos de él: “Lydia, tienes un culito tan apetecible y sabroso…” Por concluir, me gusta mucho cuidarme en general: ir a la pelu; pasear; depilarme con generosidad; maquillarme lo justo, sin que se note pero que me dé ese toque elegante; colocarme algunas joyas en determinados momentos, y usar ropa interior sensual, eso sí. Pienso que hay que sacarse el mejor partido de una misma…y que si llegas a gustarte a ti, gustarás a los demás.

A la llegada al sex-shop nos encontramos en la puerta a los típicos hombretones de seguridad, siempre los mismos, pero con la diferencia que estaban acompañados por alguien que saludaba a todo el mundo de forma cordial y efusiva. A pesar de estar entre aquellos dos gigantescos hombres, el anfitrión en cuestión no parecía bajo, era ciertamente guapo y al tiempo mostraba una cara de niño malo. Yo le echaba algo más de treinta años. Sin llegar a ser un metrosexual de moda, se notaba claramente que cuidaba su aspecto. De eso me di cuenta por sus manos. Cuando un hombre las cuida, sin duda hace lo mismo con todo lo demás.

Todos los invitados que se iban acercando, parecían ser tratados por él con mucha confianza. Con las mujeres tenía atenciones especiales y les regalaba una rosa roja además de un ligero beso en los labios. Me quedé hipnotizada por la elegancia y ocurrencia del gesto. Ellas lo recibían con verdadera emoción.

Al acercarnos a la puerta, el anfitrión le estrechó la mano a Carlos.

-Buenas noches pareja y gracias por venir. Soy Nío, el dueño del local, pero no os conozco, ¿sois de por aquí cerca?”- preguntó sin dejar de mirar a mi novio.

-Sí, somos vecinos, ¿ves aquella ventana de allí?... pues es la nuestra. Me llamo Carlos y ella Lydia, mi novia. Ah, y puedes ahorrarte el piquito que das a todas, ¿vale?-, agregó con seriedad creyendo que me salvaba de la hoguera. Aquello me pareció que estaba fuera de lugar y en todo caso me molestó que decidiera tal cosa por mí.

-Encantado de conoceros– contestó nuestro anfitrión con una atrayente sonrisa.

-Toma, esto es para ti Lydia, pero me vas a perdonar que seas la única a la que no le dé el segundo regalo-, y estrechó mi mano mientras me ofrecía la rosa. Noté su mano cálida pero no caliente, y me trasmitió una sensación de poder al envolverme sutilmente con la otra.

Nos invitó a entrar asegurándonos que nos veríamos después. Me gustó su estilo. Sin duda que tenía clase a pesar de que su cara no era lo que se puede decir de un chico muy formal. Su mirada transmitía una mezcla de sensaciones que le hacían sumamente interesante. Era como el efecto que ejercen las cosas prohibidas, sabes que no debes probarlas pero a la vez te sientes profundamente atraída sin poder evitarlo.

-Bah, menudo payaso, ¿qué se habrá creído, que está inaugurando el Palacio Real?, y lo del piquito a las chicas… no entiendo cómo a los tíos de aquí les parece bien– fue el comentario despectivo de mi novio que empezó a echar una ojeada a la clientela.

-Pues a mí me parece un chico simpático y me hacía gracia lo del beso. Me parecía tan natural, pero ya tiene que aparecer Othelo para evitar que a su chica la bese el diablo, ¡Que machote!”- dije sin parecer contrariada para no despertar a la fiera.

Me sentía discriminada por no haber sido besada por él. Sus labios parecían jugosos y su beso una delicia de bienvenida. La imagen de Nío quedó grabada profundamente en mis retinas: su pelo negro, muy oscuro y cortito, sus ardientes ojos marrones me quemaron cuando había estrechado mi mano entre las suyas que eran la prolongación de su desarrollado cuerpo. Se notaba que era un habitual de gimnasio pero sin ser un armario. Llevaba un traje oscuro, moderno, con una camisa blanca ligeramente desabrochada y los cuellos por fuera de la chaqueta. Aquel detalle siempre me había parecido bastante hortera, demasiado folclórico, pero debo reconocer que en él realzaba su atractivo. Al cuello llevaba una discreta cadena fina de oro y no tenía vello en la parte del pecho que su ropa dejaba al descubierto.

Embelesada con ese repaso a mi memoria no me di cuenta que Carlos me había llevado a la barra, me había pedido un licor de crema de whisky y me había dejado allí mientras echaba un vistazo al material que en unos expositores se presentaba a los clientes. Productos de lencería femenina junto a una serie de aparatejos extraños entre los que destacaban varios penes artificiales. Un verdadero toque chic.

-¿Has visto este tío?, nos trae para que luego le compremos sus PRO-DUC-TI-TOS, puro marketing.-

-Bueno cariño, supongo que es lo normal en estos casos… No sé por qué todo te parece mal…-

No me hizo mucho caso y se fue perdiendo entre estanterías seguro que con la intención de criticarlo todo. Yo seguí en la barra tomando mi copa, sentada en un taburete. Una chica vestida con un body negro, medias de malla y altos tacones de plataforma se acercó a mí ofreciéndome una bandeja de canapés con una extensa sonrisa. Me fui fijando en cada detalle de aquel lugar, me parecía todo tan novedoso, tan extraño, tan fuerte… no entendía como Carlos decía que no merecía la pena. Yo creo que al menos por una vez sí que lo merecía. Todo el local estaba decorado con posters sugerentes que mostraban el aspecto más lírico del erotismo no explícito, envueltos por una cuidada decoración de luces y colores.

Donde yo me encontraba sentada estaba la barra y los lavabos al fondo, y enfrente un pequeño escenario para actuaciones en vivo. A la derecha cabinas, supongo que para ver películas porno y a la izquierda la tienda en si. Había estanterías que tenían de todo, desde lencería de lo más atrevida hasta la más fina, pasando por utensilios, perfumes, juguetes y demás cosas que solo había visto en fotografías y que debían ser lo habitual en un local como ese.

La verdad es que me sentía rara en un sitio así. Mi novio me había dejado sola y me encontraba como extraña, fuera de lugar. De pronto Nío se acercó y chocó su copa con la mía, a modo de brindis.

-¿Sabes que los romanos empezaron a chocar sus copas para que todos los sentidos participasen de una buena bebida?- dijo enigmático a modo de presentación. –Pero ellos estaban en compañía, pero, tú, ¿no estás muy solita?-

-Sí …-

-¿Cómo es posible? Yo no dejaría sola a una chica como tú en un sitio como este… Por cierto, te debo un regalo… ¿no?-

-¿Cómo?– pregunté tímidamente, intentando esquivar la pregunta y sintiéndome ciertamente vulnerable en su presencia, como en terreno ajeno. Eso sin contar el posible mosqueo que se podría pillar Carlos si le viera en actitud de ataque.

-No, me refería a que antes tu novio no me dejó darte tu regalo, ¿recuerdas? ¿De qué tenía miedo? ¿De mí.. o quizás de ti?-

A duras penas supe que contestar, apurada por la situación.

-Bueno…..sí, es un poco celoso.

-Hummmmm…. ¿Celoso?, me gustan los hombres celosos… bueno, entiéndeme, me gustan las novias de los hombres celosos, ja, ja, ja,…- dijo ofreciéndome su blanca sonrisa.

Le devolví la sonrisa tímidamente. Nío me sostuvo la barbilla con su mano intentando leer en mis ojos algún mensaje.

–¿Y tú? ¿Me tienes miedo, preciosa? – me preguntó desafiante.

–¿Yo?... No, claro que no. – le respondí apurada, intentando parecer segura.

Su cara se acercó a la mía, sabía que iba a suceder… lo sabía… y sucedió. Aquellos carnosos y calientes labios se apoyaron sobre los míos suavemente, notando como ese calor se repartía por todo mi cuerpo. Mis labios jugaron con los suyos. Ya no era un simple piquito sino un beso en condiciones, incluso su lengua y la mía se saludaron ligeramente. Algo me hizo retirarme, supongo que la sensatez, a pesar de no querer hacerlo. Ese atrevimiento y ese descaro me cautivaron, pero no dejaba de estar preocupada por la cercanía de Carlos.

Una chica se acercó a nosotros y besando a Nío dijo, mirándome acusadora, Perdona guapa me lo llevo un ratito.

Me quedé aturdida por todo lo que había sucedido en apenas unos segundos, hasta que la llegada de mi novio me sacó de mi ensimismamiento.

-¿Has visto algo interesante, cariño?-, le pregunté por su incursión por el local.

-Nada del otro mundo- contestó con desgana.

-Vamos a verlo, ¿no? – dije apurando la copa y cogiendo mi bolso de la barra bastante nerviosa.

Estuvimos dando una vuelta y, la verdad, había que reconocer que el dueño tenía buen gusto. Había conseguido que su local fuese muy acogedor, que te encontraras a gusto, vamos. Mi interés aumentaba mientras íbamos conociendo las diferentes salas, entre las que destacaba un microcine, con unos 20 asientos; el espacio de lencería, en el que pude ver prendas que nunca imaginé que existieran y “La sala de estar”, como figuraba en el rótulo de la puerta, y añadía “donde el uso y disfrute nunca es privativo”. Esas palabras me dejaron pensativa y no terminaba de pillar su significado. Entramos y me di cuenta que en principio era un pequeño bar, con varios sofás repartidos frente a la alargada barra, en los cuales apenas había algunas personas sentadas.

-Me encanta que hayáis descubierto la joya de Fantasía-, sonó su voz inconfundible a nuestras espaldas. Era él, el de la puerta, el de la rosa, el del beso…

-¿Y qué tiene de especial esta joya? - le contestó airadamente Carlos.

-Todo… Es el lugar, si habéis leído la bienvenida, en el que nadie puede obligar a nadie. Y en ese nadie entran los hombres a sus mujeres- Proclamó dirigiéndome una mirada abrasadora a los ojos. Para no dejarme amilanar por él agregué:

-¿Y las mujeres a sus hombres?-

-En el SUS está el problema. Todos los que pasan esta puerta aceptan que ya no son sus y cualquiera puede acceder a los demás. ¿Creéis que aquellos que se besan efusivamente son pareja?, pues os aseguro que cada uno ha venido acompañado de otras personas, que estarán por ahí, divirtiéndose, seguro.-

Nío, nuestro anfitrión, resultaba seductor al hablar e incluso presentándonos con naturalidad esa zona de intercambios o relaciones abiertas que me pareció demasiado fuerte para mi primera visita a un sex-shop.

Carlos se dio cuenta que estaba empezando a quedar obnubilada por el aura de Nío y tiró de mí con decisión, como para evitar que al quedarnos allí tuviese que entregarme a los brazos del dueño.

-No necesito oír más gilipolleces por esta noche. Vámonos de aquí. La copa ha estado bien pero no aguanto más a este tío- gritó Carlos en mi oído sin importarle que la música apenas pudiera tapar sus palabras.

-Pero….¿qué haces Carlos?, estás montando un numerito….– Le dije para intentar tranquilizarle. Totalmente en vano, pues estaba decidido. Cuando quise darme cuenta alcanzábamos la puerta, abandonando un lugar que no me había parecido, precisamente, tan sórdido como pintan a los sex-shops.

Aquella noche, mi novio me llevó a un disco-bar cubano, estuvo bailando conmigo como hacía tiempo, y no dejaba de besarme dulcemente. Tengo que decir que me trató como a una verdadera reina. En todo momento intentaba captar toda mi atención y me decía continuamente que me quería, aunque estaba segura que lo que realmente pretendía era borrar en mí toda la huella que pudiera haberme dejado la inauguración. Aunque me dejé querer toda la noche con intensidad sabía que esa huella no iba a ser fácil de borrar. Pero no precisamente por pensar en una posible infidelidad con él ni nada parecido, sino en el deseo de tenerle como una referencia para mis fantasías eróticas, una especie de sueño prohibido…

Todo fue muy especial, Carlos no escatimó a la hora de llenarme de todo lujo de atenciones, en un afán de robarme cualquier sueño, aunque ya era prisionera de uno: Nío, el hombre que me había seducido con su mirada y su arte. Hicimos el amor como pocas veces, donde mi novio estuvo colosal, en detalles, en besos, en caricias… creo que nunca había estado tan cariñoso y tan atento conmigo como en esa noche. A pesar de ello, no pude evitar ver en mis fantasías la cara de aquel hombre que tanto me había cautivado. Ambos me llevaron a varios orgasmos inolvidables.

Al día siguiente, domingo, mientras la luz entraba por la ventana, me descubrí observando embelesada, a través del cristal, la entrada cerrada del lugar que cambiaría mi vida en tan poco tiempo. Durante la siguiente semana permaneció en mi memoria la figura de Nío, imaginándome cómo podría ser aquel hombre en la cama. Solo pensar en él me hacía estremecer y era presa de una tremenda y continua calentura. Era inevitable el deseo de volver a verle de nuevo, aunque solo fuera un instante. Volver a tenerle cerca y seguir soñando, imaginando que esas manos me acariciaban, que esos labios me volvían a besar y que aquel cuerpo se unía al mío.

Estuve dando vueltas al asunto, intentando ver la manera de un nuevo encuentro con ese hombre, pero el solo hecho de pensar en mi novio me producía desasosiego y preocupación. Sabía lo celoso que era, por lo que no iba a ser fácil encontrar una excusa para entrar nuevamente en el sex-shop.

Hasta que un buen día, queriéndome hacer la encontradiza por las inmediaciones del sex-shop, buscando que la casualidad propiciase un momento de felicidad, vi el cajero automático de películas de alquiler y… ya en casa, después de la cena….

-Amor… ¿No te gustaría que alquiláramos una peli?- le pregunté a Carlos.

-¿Ahora?... No me apetece ir hasta el videoclub.-

-Bueno, aquí abajo tenemos uno ¿recuerdas?-

-¿Aquí abajo? ¿Te refieres al sex-shop?-

–Sí… claro.-

–Pero si a ti las películas que tienen ahí no te gustan…-

–Bueno, pues ahora quiero ver una, ¿por qué no?– dije aún sabiendo que lo que más me apetecía era volver a ver al dueño del local y aunque por la noche no iba a ser posible, si al menos podría serlo cuando le devolviera la película… esa sería mi excusa.

–Haz lo que quieras, pero es tirar el dinero, además ahora lo que menos me apetece es salir a la calle…–

–Bueno, ya voy yo…–

Al llegar a la calle pensé que el corazón se me saltaba del pecho. Me estaba comportando como una cría, pero mi pequeño secreto me producía una dosis de morbo tal que me invadía un gusto enorme. Llegué al cajero y empecé a pasear mi vista por los títulos y carátulas sin mucho interés, pero de pronto me quedé petrificada. En una de las portadas que aparecían en la pantalla estaba él… Nío. Por lo menos el parecido era total. ¿Protagonista de una película pornográfica?, no podía ser. En la imagen, dos explosivas mujeres vestidas de enfermeras o doctoras, estaban sentadas sobre sus rodillas, tapando intencionadamente cualquier parte explícita del sexo de ese viril doctor, que afrontaba la escena sólo con su fonendoscopio. No había ninguna duda, era él. A partir de ese momento ya no era dueña de mis instintos y la posibilidad de ver una escena porno de Nío me estaba poniendo cachonda perdida.

Alquilé dos películas, evidentemente no quería que Carlos supiera mi segundo secreto, ver una peli porno donde mi vecino era el protagonista. Eso no era morbo, era supermorbo. Escondí Hospital ardiente que era el título de la obra prohibida y llevé la otra al salón, dónde teníamos el DVD. Abierta hasta el amanecer, al parecer un clásico según se anunciaba en la portada y con un título atrayente que me recordó la famosa película de Tarantino.

Sin demasiado interés por mi parte, fueron pasando las escenas en las que la protagonista tenía un bar de carretera, homónimo al título de la cinta, que no era un puticlub pero ofrecía servicios similares a los clientes que sabían aguardar el momento propicio. De reojo observaba a Carlos como se acomodaba en el sofá, como era víctima de los encantos de la dueña del local (también él, que coincidencia), lo que supongo le hacía llevar su mano hacia mis rodillas y, sin perder ni un encuadre, ascender por mis muslos buscando el deseado premio. Sin duda alguna, mi iniciativa sobre esta vertiente del séptimo arte le estaba excitando gradualmente y, por mi parte, no podía decepcionarle, yo había sido la que había tenido la idea del alquiler.

La excitación fue en aumento, tanto en la película como en nuestro salón, donde ambos respirábamos agitadamente. Carlos había metido directamente su mano entre mis piernas, dentro de mi pijama y acariciaba mi chochito por encima del tanga. Mi mano hizo lo propio sobre su paquete, algo que Carlos agradeció sonriéndome. Él continuó disfrutando de la peli, donde aquella exuberante morena estaba mamándosela al cliente y este repetía una y otra vez: ¡Como la chupas preciosa!… Metiendo mi mano por la bragueta de mi chico, le susurré al oído presa de un acaloramiento monumental:

-¿Crees que yo lo haré igual?-

No hubo respuesta, tan solo una caricia de Carlos sobre mi hombro que indicaba el asentimiento a mi propuesta. Solté el botón de su pantalón y su juguetona polla me saludó dando un bote como un resorte. La agarré por la base y comencé a besarla, lentamente y cambiando mi mirada, unas veces a los ojos de él y otras a la película que seguía en la misma escena. Mi boca recibió gustosa aquel trozo duro de carne y el suspiro de mi novio indicaba que él estaba todavía más encantado. Se la empecé a chupar con parsimonia al principio y más rápidamente después y a cada roce de mis labios sobre su polla imaginaba la cara de Nío y creía estar chupándosela a él… A partir de ahí me concentré tanto en ese sueño que cuando quise darme cuenta Carlos estaba lanzándome chorros irrefrenables por la cara, el cuello y la boca. Se había corrido en unos pocos minutos, mucho antes de lo habitual.

-Ufff, ha sido una buena idea esto de la peli…¿eh? Creo que te ha motivado ¿no?– me dijo Carlos aún jadeante.

Le sonreí mientras limpiaba los restos de semen que se escurrían por mi barbilla y cuello. Lo que él no podía imaginar era que no había sido la película la que me había hecho mamársela como una auténtica profesional, sino el recuerdo y la imagen persistente de Nío que para entonces ya se había convertido en mi obsesión.

Tras su explosiva corrida y como es habitual en Carlos por el sopor que le invade después de irse, casi al momento estaba tirado en el sofá, completamente dormido. Sabía que no le despertaría nada y aproveché para cambiar el DVD y poner el título que me tenía trastornada: Hospital ardiente. El simple hecho de abrir la caja prohibida me produjo un intenso calor que aceleró mi corazón y desató aún más la excitación que me embargaba.

En los títulos de crédito aparecía el nombre de Nío Fantasy, lo que descartaba cualquier duda sobre su identidad, era él, el mismo que me había cautivado, ese vecino que en tan poco tiempo ya me tenía loquita.

En la pantalla aparecía, a distancia, un hospital. Un zoom fue aproximándose a una de las ventanas. Al entrar por ella se veía a una enfermera que cogía el teléfono y una voz al otro lado que decía: “Señorita, necesito su ayuda, venga a la consulta por favor…” Era la voz inconfundible de Nío. Él apareció en escena cuando la chica rubia, muy escotada y de reducida minifalda, entraba en la consulta de ese doctor tan atractivo. Una paciente estaba sentada sobre la camilla, con su blusa desabrochada y el famoso doctor Nío, con su bata blanca le estaba acariciando su voluminosa teta izquierda. Ella estaba con los ojos cerrados y el doctor sonreía al tenerla bajo su poder. La enfermera, sin mediar palabra, comenzó a besar el otro pezón de la paciente lo que provocó un desenfreno por parte de ésta que hizo que agarrase el paquete del doctor diciéndole con desesperación:

-Doctor, doctor… necesito mi medicina, por favor.- Nío le quitó las manos de dónde yo no quitaba los ojos y le advirtió que no había llegado todavía el momento, que el tratamiento debía seguir su ritmo. Hasta en la propia película era un hombre duro. La paciente, con cara de haber transgredido una norma, acató la indicación y se recostó totalmente en la camilla, mientras la enfermera continuaba devorando con profesionalidad ambos pezones. El doctor se puso a los pies de su clienta, le dobló y separó las piernas recriminándola con viva voz.

-¿Cuántas veces tengo que deciros que no me traigáis pantys a la consulta? Entorpecen mi trabajo. En todo caso medias. Enfermera, por favor.-

-Enseguida, doctor- y ésta metió sus manos por debajo de la falda, agarró el elástico de los pantys y tiró con decisión hasta que los sacó por los pies.

-Ahora es más cómodo, ya verás como todo es más fácil- y en vez de colocarse unos guantes, como hubiese sido el caso, Nío se chupó dos dedos de su mano derecha, esa que yo había tenido en la mía, y sin dejar de mirar a los ojos de la paciente deslizó sus lubricados dedos hacia unas braguitas azules que en un primer plano aparecieron con una delatora humedad. Con la otra mano apartó la fina tela y separó los abultados labios que mostraban el deseo de su dueña por ser traspasados por la experta mano del doctor.

Sentí un hormigueo en el mismo lugar. Era mi coño el que iba a ser penetrado por sus dedos, lo sentía tan real, tan cerca que no pude evitar llevar mis propios dedos a las proximidades de mi húmeda rajita. Mi corazón pugnaba por salirse del pecho. Bummm, bummmm, se oía en la habitación. Joderrr, cómo podía estar tan excitada. Eché un vistazo a Carlos y allí seguía, inconscientemente dormido, y eso me ponía todavía más. Su novia le iba a traicionar a su lado, estaba dispuesta a todo y el culpable era ese doctor que maniobraba con sus dedos dentro de la paciente. Los suspiros de ésta iban en aumento, el cabrón sabía explorar y mientras, por si fuese poco, la enfermera también maniobraba en las proximidades del coño de la señora. Uhmm, lo que daría por estar pasando consulta. Mis dedos entraban y salían de mí, en un continuo chapoteo de mis jugos. Me senté cómoda, saqué el culito hacia fuera, abrí las piernas todo lo que puede y coloqué mis pies sobre la mesita baja del salón, con todo mi coñito al aire y mirando hacia la pantalla. Estaba febril y deseaba con todas mis ganas que la polla de Nío apareciese en escena porque sentía el inicio de un orgasmo y no quería que me llegase con la vista de otro chochito.

Mientras, en la escena hospitalaria, la paciente aullaba de placer, y no era para menos, su doctor le estaba taladrando la rajita con tres dedos, la enfermera le había introducido un dedo en su culito y ambos le masajeaban las tetas con sus manos libres y engullían sus pezones con avidez. Debía estar en la gloria porque no hacía nada más que repetir: así, así, Doctor,…Ohh, sí,… así, ay que bueno, ay,…que bien me siento…creo que me voy a correr, doctor….Y comenzó a pedir de nuevo su medicina. Que obsesión tenía por la medicación, aunque al percatarme de su obsesiva petición comprendí enseguida.

-Lisa, vamos a preparar la medicina de la Sra. Merino-

-Ahora mismo, doctor- dijo la enfermera, y se dirigió hacia él, comenzó a desabotonar su bata, que le llegaba hasta los pies.

Eso me permitió ver que mi Nío no llevaba nada debajo, ufff, esa escena aumentó las palpitaciones de mi coñito y empecé a frotar mi clítoris más intensamente. Carlos seguía dormido, a mí no me importaba lo que pudiera hacer, sólo tenía ojos para la bata del doctor. Vi como la enfermera se agachaba y empezaba a jugar entre la bata pero no terminaba de ofrecerme la visión que deseaba. La cámara empezó a girar hasta que apareció… allí estaba, bajo un vello muy cortito y arreglado, a medio empalmar, una polla bastante apetecible que empezó a adentrarse en la boca de la enfermera. Que envidia. Noté como se entreabrieron mis labios, con la sensación de ser mi boca la que albergaba aquel jugoso regalo. Las caricias bucales hicieron su efecto y en un momento la supuesta medicina estaba lista para ser tomada. Nío retiró los dedos del coño de la paciente, y dirigió su arrogante miembro hacia su cara. Ella no se hizo de rogar y engulló literalmente esa preciosidad, agarrando a su doctor por su culito para hacer más profundas las penetraciones; al mismo tiempo, y en un plano más abierto, se veía a la enfermera que enterraba su cabeza entre las piernas de la agraciada Sra. Merino.

¡Joderrr, que escena!. Las friegas que le estaba dando a mi botón eran brutales, mientras había cogido una de las botellas de coca-cola que había sobre la mesa y me la estaba metiendo en el coñito. Nunca había hecho nada parecido, pero me sentía tan cachonda y salidísima…. estaba irreconocible. No paraba de follarme con la botella y de estrujarme el clítoris por culpa de ese doctor. Además, mis jadeos empezaban a ser bastante audibles, iba a despertar a Carlos como siguiese así y lo malo es que todo iba en aumento. No podía evitar cerrar los ojos por el placer que me estaba procurando a mi misma y al hacerlo mi mente volaba a aquel hospital, era la paciente que se la estaba mamando al doctor. Mi boca seguía abierta y dispuesta a recibir a ese semental.

Cuando pude mirar la pantalla de nuevo, Nío había llevado su polla, que se veía radiante en un primer plano, en toda su majestuosidad, a la puerta del coño de esa afortunada, que le suplicaba casi con lágrimas en los ojos que se la diese ya, que necesitaba su toma, que no podía aguantar más sin ella dentro. Debo decir que sentí verdaderos celos de aquella señora, era yo la que tenía que recibir el tratamiento, el mal crecía en mí y sólo él, con aquella milagrosa medicina, podía curarlo. De un solo empujón enterró su polla entre las piernas de ella que gritó como poseída por una fuerza maligna y empezó a cabalgarla como nunca había visto hacerlo a alguien. Bestial. Sin piedad. Ella apoyó sus piernas sobre el fornido pecho del doctor, mientras ofrecía su culito que quedaba prácticamente fuera de la camilla. Él, casi con rabia, follaba aquel coñito de tal forma que daba miedo. La paciente entró en un estado preorgásmico en el que arqueaba su espalda y se dejaba caer sobre el doctor, buscando la penetración total y poseída sólo acertaba a decir: “Ahora, ahora, ahora,.....”

En el sofá me sentía igual que ella, estaba a punto, la botella cumplía muy bien su misión y mis dedos eran expertos en arrancarme orgasmos jugosos, pero la visión de mi vecino estaba siendo decisiva. Noté como desde todos los rincones de mi cuerpo fluían sensaciones de vértigo hacia mi coñito, todo empezó a temblar dentro de mí, hice un esfuerzo por no perder la visión de la escena, para sujetar en mi retina la imagen de esa polla y allí estaba, había abandonado la gruta de la paciente y estaba dispuesta a vaciar su preciosa medicina sobre la boca de esa ansiosa.

-Me corro, me corro, ahí va su medicina….ahí va, síííí- dijo Nío con la voz entrecortada pero sin perder el tono de autoridad.

Eso mismo tendría que decir yo sino fuese porque iba a alarmar a Carlos pero me estaba corriendo allí mismo, sobre el sofá, manchando la botella de Coca-cola con mis abundantes jugos. Cerré los ojos unos segundos asimilando la escena donde la preciosa verga de Nío echaba su semen a impulsos sobre la clienta que lo lamía como una posesa y tragaba todo lo que podía.

Me derrumbé hacia atrás, jadeando y apretando mis muslos para hacer más duradero la descarga, que era la más fuerte que me había procurado a mí misma desde que era una adolescente. Nunca había sentido tanto gusto y nunca había visto follar como Nío lo hacía en la película, aquello debía ser tan bestial… tan salvaje.

Tuve la precaución de quitar el DVD y guardarlo cuando me recuperé de esa sesión. Al momento volví al sofá para acurrucarme con Carlos, con la sensación de haberle traicionado en sus propias narices. Me sentí mal pero el placer que me había invadido era superior a todas mis reticencias. ¿Qué me estaba pasando?, nunca me había comportado así, y lo peor, ¿qué iba a pasar a partir de ahora? ¿Todo esto se iba a convertir en una obsesión? ¿Podría vivir tranquila teniendo tan cerca a Nío?....

Estas preguntas tendrán su respuesta en el próximo capítulo: LA VISITA

Esperamos con gran expectación y pasión vuestros comentarios, con la certeza de que sabréis aguardar hasta la próxima entrega de Sex-shop a domicilio.

Autores: Lydia y Nío Invierno de 2005

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Aquí va un buen sex shop que es tambien a domicilio www.discret-sexshop.com

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