sábado, 17 de marzo de 2007

(Ejercicio - Fantasías eróticas)

¿Quién no ha experimentado alguna vez un "déjà vu"? Sí, esa sensación típica en la que piensas…: "Juraría que esto ya lo he vivido yo…"

Este fenómeno, también conocido como paramnesia, es en definitiva algo muy común entre los seres humanos y que consiste en experimentar una sensación en tiempo presente coincidente con un suceso que para nosotros o nuestra mente es considerado como ya ocurrido en algún momento de nuestra vida, transportándonos al lugar y situación de una manera contundente y precisa, provocándonos una sensación de extrañeza, miedo o intranquilidad.
Normalmente este fenómeno solo dura unos segundos y a pesar de ser tan corriente, no hay una teoría concisa que lo explique. Para los psicoanalistas se trata de un trastorno cerebral que hace confundir los sueños con la realidad en algo trascendente. Para los neurólogos y psicólogos es un trastorno mental transitorio sin importancia y que no debe preocupar salvo en duraciones excesivas, pues puede provocar colapsos neuronales e incluso ataques epilépticos. Para los parapsicólogos es un poder clarividente, telepático o relacionado con los viajes astrales y la reencarnación.

A partir de la muerte de Mario, mi vida también se fue con él, pues aquel hombre era una gran parte de ella. Desde ese día no fui la misma y nada volvió a ser igual. No entendía como podrían ser las cosas sin compartirlas con él. Mario fue siempre mi amor, mi constante, mi veleta y una especie de alma gemela, de la que no me podía separar… era esa persona con la que me sentía profundamente dichosa cada día. Era admirable por todo: como hombre, como persona y como amante. El hecho de no tenerle a mi lado me torturaba noche y día de forma demente.

Con el paso de los días, su ausencia me provocaba mayor desesperación y desasosiego. Fue un milagro que me salvara después de haberme tomado un número elevado de somníferos mezclados con alcohol buscando mi exasperado encuentro con él, pero mi amiga Laura apareció en el momento y lugar oportunos para salvarme la vida llevándome en minutos al hospital. El desamparo que sentía era total y mis intentos de suicidio se repitieron en varias ocasiones más… evidentemente, sin éxito en todas ellas.

Supongo que gracias al empeño de mi gente, toda mi familia y mis amigos, acudí a un psiquiatra para un tratamiento efectivo contra mi ansiedad, mi depresión de caballo y mi sensación de abandono y estrés. Nada funcionó. El doctor entendió a la primera mi situación y me sirvió de una inestimable ayuda tanto sicológica como humana, pues fue consciente en todo momento de mi estado. Sin embargo, ni unos antidepresivos que pocas semanas después tuve que dejar pues me ocasionaron mareos y efectos secundarios, ni sus terapias de choque solucionaron lo que llegó a ser mi situación límite.

Por un momento pensé que el tiempo curaría todos mis males, pero estaba muy equivocada, sin ayuda, salir del agujero en el que me encontraba metida, era prácticamente imposible. Mi familia me animaba e incluso me presentaba posibles pretendientes con los que pasé buenos momentos y que me atendieron maravillosamente, pero nada era comparado a Mario. La imagen en mi mente se repetía y principalmente aquella imagen que estaba relacionada con el sexo, pues Mario además de tantas cosas… era un portento sexual y un extraordinario amante. Sus manos eran una delicia, su lengua un don divino que me transportaba al séptimo cielo y los polvos con él eran realmente mágicos e inolvidables. Nadie ha conseguido jamás darme tanto placer como él.

Creo que mi vida cambió rotundamente el día que por casualidad leí una nota en el periódico: "Asociación de viudos y viudas. Tu soledad no existe, vive con los demás tu misma situación. Que nada te bloquee. Llámanos. Estaremos encantados de ayudarte y haciéndolo nos ayudamos todos." Al principio pensé que era una tontería, pero llamé y esa misma tarde acudí a la primera reunión donde conocí a gente que vivía lo mismo que yo, que se acoplaba perfectamente a mi misma situación: mi horror, mi desolación y mi desamparo. El grupo en cuestión no era excesivamente grande, unos doce en total, entre hombres y mujeres… y todos me acogieron como parte de ellos desde el primer momento. Concretamente Enrique, uno de los coordinadores de aquella asociación, que hacía las veces de presidente y organizador de los múltiples ejercicios y terapias fue muy atento y considerado conmigo desde el principio, haciéndome ver que aquella especie de pandilla de locos era algo más que eso y que su compañía, la de alguien en mi mismo caso. Enrique es un hombre muy guapo, de unos 40 años y había enviudado un año antes que yo. Enseguida nos compenetramos e hicimos una gran amistad, que incluso tenía visos de ir más allá. Sus roces, sus miradas y sus gestos, volvían a recordarme aquellos momentos con mi marido e incluso imaginaba que Enrique y yo hacíamos el amor de igual manera que con mi esposo, con tanta pasión y tanto placer que es algo difícil de describir. También sabía que nadie era comparado a mi Mario, pero Enrique me lo recordaba en muchas cosas. Una de ellas, sus manos, esas manos que tantas veces me acariciaban hasta hacerme estremecer y creía que algún día, las de Enrique también me lo pudieran hacer sentir.

Aquella no era una asociación de viudos y viudas cualquiera, todo era muy distinto a como yo me lo había imaginado y a pesar de no entenderlo, veía que todo el mundo era feliz, pero más de lo normal, lo que lo convertía en anormal y eso me hizo preguntarle a Enrique mis dudas:

- Perdona Enrique, veo que aquí se vive todo con mucho optimismo. ¿Es así o son figuraciones mías?
- Es cierto, somos un grupo muy unido y nos tomamos la vida con alegría. El hecho de que hayamos perdido a un ser querido no quiere decir que no sigamos consecuentemente con nuestras vidas. Hay que seguir adelante.

- Perdona, en mi caso no es un ser querido el que se ha ido, es una parte de mí.

- Claro mujer, entiéndeme, pero hay que intentar seguir viviendo, no martirizarse ni obsesionarse.
- Sí, si lo entiendo, además me alegro de que formáis este grupo tan majo, pero no entiendo como todo es tan diferente a lo que siento yo…
- ¿Por qué diferente?
- Bueno, todo el mundo es super feliz… extremadamente feliz. Y me cuesta asimilarlo. Yo estoy deprimida y vosotros estáis como rosas.
- Quizá algún día te lo pueda explicar. – me repetía él esa frase cada vez que sacaba el tema.

Con el paso de los días y el comportamiento tan extraño de todo el mundo mi mente daba vueltas intentando comprender el por qué aquella gente en mis mismas circunstancias, vivía la vida demasiado tranquila, despreocupada y radiantemente, con tanta ilusión que incluso eso me deprimía aun más, me hacía sentirme peor.

A pesar de mis insistentes preguntas y mis dudas, sabía que ellos me estaban ocultando algo sin ningún género de dudas y eso me intranquilizaba muchísimo. En una de las reuniones felicitaban a una pareja, un viudo y una viuda que se dirigían a algún sitio que yo no conocía… a una especie de tratamiento médico o algo parecido. Entonces fue cuando me llevé a Enrique a un lugar apartado y le pedí, bastante enojada, una explicación, de una vez por todas.

- Enrique, no sé lo que está pasando, pero desde luego me estáis ocultando algo ¿Qué es?
- Pero ¿Qué te hace pensar eso?
- Pues porque estoy segura, noto un comportamiento extraño entre vosotros y no me entero. Desde luego vuestra actitud y vuestros secretos no son muy normales, os veo cuchichear y comentar cosas a mis espaldas. Si me queréis ignorar… yo casi me marcho…
- No, ¿Ignorarte?, para nada… En ningún momento, mujer. – intentaba aplacarme él.
- Sí, Enrique, veo que Sara y Luís van a ir a no sé que sitio y habéis estado murmurando, preparándolo todo con no sé que historias de un tratamiento… - dije algo airada.
- Tranquila, no te enfades. Todo tiene una explicación.
- ¿Entonces? ¿Por qué tanto ocultismo y tanto secreto? ¿Acaso no soy igual que los demás? Si estáis en un tratamiento psiquiátrico o algo así, me gustaría participar. Sabes lo mal que lo estoy pasando, seguramente soy la más necesitada de todos.
- Verás, es muy pronto para que lo entiendas, pero prometo explicártelo.
- Mira si no tienes confianza me lo dices y ya está. Me estoy hartando de oírte decir eso… - insistía yo.
- No… verás, es que todo acarrea un proceso. Llevas muy poco tiempo todavía.

Enrique me vio muy enfurecida y disgustada. Ante mi cara de pocos amigos y mi posición firme en querer descubrir todos los enigmas, optó por dar carpetazo a todos aquellos secretos. Me invitó a acompañarle a su despacho y allí comenzó a contarme toda la historia que tan mosqueada me tenía:

- Verás Lydia, es muy pronto todavía para explicarte lo sucedido y que lo entiendas a la primera. Pero para que no creas que somos un grupo raro, una secta o algo parecido y que te oculta algún tipo de información, te contaré todo con pelos y señales.

- Entonces ¿Estaba en lo cierto que ocurrían cosas extrañas?
- Si, digamos que te pueden extrañar, pero al final no son tan raras. Son cosas de lo más normales, en serio.
- Si tú lo dices… El caso es que estoy intrigadísima.
- Bien. ¿Estás preparada?
- Sí...
- Pues mira: Hace aproximadamente seis meses recibimos la visita de un ingeniero químico holandés que estaba buscando personas para un experimento algo especial.
- ¿Un experimento? – pregunté sorprendida.
- Sí, se trata del doctor Hendrik Jägers, así se llama. Es un experto en biología molecular, además de ser una eminencia en neurología y psiquiatría. Todo un lujo, desde luego…
- ¿Y?...
- Bueno, pues nosotros al principio nos encontrábamos en una situación como la tuya: tristes, abatidos, desconsolados con la pérdida de nuestras parejas y el doctor Jägers llegó en un momento más que oportuno, cuando precisamente la asociación no funcionaba como debiera y cuando estaba a punto de disolverse.
- ¿Qué pasó entonces?
- Nos explicó claramente su experimento y las posibilidades de ponerlo en práctica con nosotros.
- ¿Y que era exactamente?
- Más o menos consistía en suministrarnos una especie de droga, algo en fase de investigación y que había probado con animales pero que aun no había ensayado con humanos.
- ¿Una droga? ¿Un experimento? ¿Y por qué a vosotros? – preguntaba totalmente confusa.
- El doctor Jäger tuvo problemas en su país, ya ves, Holanda siempre a la cabeza de todo, en cambio tuvo contrariedades para participar allí en este tipo de experimentos. Las leyes holandesas cuando se aplican son durísimas.
- ¿Y en España no?
- Bueno, aquí también hay ilegalidad en el asunto, pero al tiempo un gran vacío legal en muchos de sus aspectos, que en cualquier caso no llevarían al doctor a la cárcel como ocurriría en su país.
- Pero entonces, ¿Ese experimento es peligroso?
- No más que cualquier fármaco antidepresivo o incluso tan inofensivo como algunos calmantes o complejos vitamínicos.
- Pero si es ilegal… será por algo ¿En qué consiste?
- Bueno, eso mejor dejo que lo explique el doctor personalmente.

No acaba de entender muy bien en qué consistía todo aquello: Drogas ilegales, experimentos de laboratorio probados con animales, un doctor holandés que les suministraba no se qué, un producto inocuo y raro que en su país estaba prohibido… Bueno, el caso es que mis dudas se fueron disipando el día de la visita del tal Jäger a la asociación. Esta vez volví con Enrique a su despacho y allí me presentó al famoso doctor. Su barba blanca y sus gafillas le daban un aspecto de intelectual, pero además era muy afable y simpático. Fue él quien me explicó todo con detalle.

- Lydia, me ha comentado Enrique que estabas ciertamente disgustada con todo este asunto. – me decía aquel doctor tan educado en un perfecto castellano.
- Sí, la verdad es que notaba que me ocultaban cosas y eso me enfurecía. No entendía que todo el mundo estuviera tan feliz y yo tan abatida.
Claro, todo tiene su explicación: Este experimento es muy delicado a todos los niveles y por eso de tanto secretismo, pero no por querer ocultarlo sino por ser precavidos y por querer hacer las cosas a su debido tiempo. Estarás hecha un lío…
- Bueno, algo me habló Enrique del tema, pero no entiendo muy bien.
Todo tiene una explicación lógica. En primer lugar es un experimento en su fase de prueba y además como te diría Enrique su práctica es totalmente ilegal. Por eso que entenderás el por qué hayamos sido cautos y no te hayamos explicado antes…
- Si claro, lo comprendo. - Respondí sonriendo, pues sus palabras me tranquilizaban.
- Luego está el tema de concebirlo que es todavía más complicado.
- ¿Tan raro es?
- Bueno, puede sonarte vanidoso, pero la ciencia va siempre por delante de lo que muchos mortales creen. Y una vez más esto hay que llevarlo en absoluto secreto, porque no solo es un problema legal, se trata de algo muy delicado que no puede caer en cualquier mano y puede ser una revolución en el mundo de la medicina y la psiquiatría.
- ¿Lo vas entendiendo? –añadió Enrique a la conversación.
- Sí, voy comprendiendo el por qué de las cosas, aunque no el fondo de la cuestión. – comenté.
- Es fácil. – intervino Jägers- Mi laboratorio en Ámsterdam estudió con animales el comportamiento de algunas especies que conviven en pareja y su comportamiento al quedar solas. La mayoría de los mamíferos no tienen problemas, pero al igual que los humanos hay especies que sufren la soledad al apartarles de su par.
- Es decir ¿cuándo enviudan? – añadí.
- Eso es. Allí pudimos comprobar como algunas especies: concretamente unos ratones de las altas montañas inglesas, sufren algunos trastornos psíquicos cuando son separados de sus parejas. Suele resultar eficaz ponerles una pareja nueva, pero el proceso es tan lento que a veces mueren antes de que su vida se normalice. Por eso que probamos en varias de esas fases el tratamiento de choque con una nueva sustancia que les mantenía menos… digamos deprimidos.
- O sea que les dabais un sedante. – intervine curiosa.
- No exactamente. Sabíamos que había un problema neuronal que trastornaba todo el sistema nervioso y que por culpa de su interconexión, producían una bajada en sus defensas y les llevaba a la muerte.
- ¿Y en los humanos? ¿Es igual?
- El comportamiento de estos ratones y los humanos es extraordinariamente parecido. Pero es algo que aun no habíamos probado suficientemente y gracias a Enrique y algunos voluntarios pudimos hacerlo y te puedo decir que el resultado hasta ahora es excelente y… sorprendente.
- Y ¿cómo actúa esa droga? – volví a preguntar con total curiosidad.
Bueno, descubrimos que algunas células son intercambiadas en el cerebro provocando una especie de desconexión y produciendo desfases. A medida que pasa el tiempo esos cortocircuitos, por llamarlos de alguna manera, van en aumento.
- ¿Qué lo produce?
- Pues Lydia, algo tan sencillo como los recuerdos. Supongo que tú estarás pasando por eso desde que quedaste viuda. Esas evocaciones al pasado van torturándote y adueñándose de tu cerebro como un virus que te va dejando cada vez más débil, más inestable y más descorazonada… ¿Es así?
- Desde luego. – al contestarle, volvieron a aflorar a mi mente los recuerdos de Mario. Entendía perfectamente las palabras del doctor porque me identificaba plenamente con ellas.
- Y… ¿Todas esas sensaciones las puede evitar la droga?
- Naturalmente que sí. Y aunque estemos hablando en todo momento de droga, no lo es exactamente, son sustancias que complementan las hormonas del cuerpo humano…
- Doctor: Quiero someterme al tratamiento. – dije enérgica interrumpiéndole.

Enrique y el doctor se miraron y se sonrieron ante mi sorpresiva reacción, pero en el fondo sabían que yo era una de las más condicionadas a probarlo. Si mi tortura duraba mucho más tiempo seguramente me moriría como aquellos ratones de los que me hablaba el doctor.

- No es tan sencillo, Lydia. – dijo Jäger.
- ¿Por qué no?
- Pues porque todo lleva un proceso, no es tan rápido.
- Pero ¿no dijo que ir lentos puede ser irreversible? – añadí con convencimiento.
- Si, por supuesto, pero tienes que estar preparada…
- Lo estoy, dígame que hay que hacer… lo que sea y lo haré.
- Bueno, sí que estás desesperada. Supongo que la pérdida de tu esposo te tiene obnubilada, pero no hay que tirarse al río a la primera de cambio.
- Pues en este momento, soy capaz de tirarme por la ventana.

Los dos volvieron a mirarse intrigados y preocupados por mi actitud alocada y desesperada.


- Mira Lydia – añadió el doctor Jäger – todo esto forma parte de un proceso. Me gustaría ayudarte. El experimento no es simplemente administrar un fármaco. Es ir poco a poco asimilando cada cosa.

- Bueno, pues dígame que hay que hacer.
- Verás… Vayamos por partes… ¿Sabes lo que es un "déjà vu"?
- Creo que sí. Es la sensación de haber vivido algo, como si fuera en otra vida anterior… ¿No?
- Jajaja… sí, algo así. "Déjà vu" significa "ya visto" y todavía hay muchas dudas sobre su origen y sus comportamientos en las personas.
- Pero ¿qué es exactamente?
- Para cada rama de la ciencia es una cosa. Algunos dicen que son visiones del más allá o de una reencarnación, otros dicen que es un trastorno cerebral, un cruce de cables, vamos… y otros dicen que son experiencias soñadas y revividas… viajes astrales…
- ¿Y para usted? – le interrumpí de nuevo.
- Pues es un mecanismo de autodefensa más del cuerpo. Se liberan una serie de hormonas que alteran nuestro comportamiento normal neurológico, alterándolo y desenfocando de la realidad y haciendo que el comportamiento y las sensaciones sean familiares…
- No entiendo nada.
- Ya te dije que no era sencillo.
- De todos modos ¿qué tiene que ver el experimento con el "déjà vu"?
- Pues todo, hija. Te explico: En el laboratorio, como te dije, descubrimos el trastorno de esos ratones y los problemas para relacionarse con otra pareja, algo semejante a lo que nos sucede a los humanos. Intentábamos por todos los medios que se acostumbraran a un congénere nuevo, pero era prácticamente imposible. Algo les encerraba en si mismos y no querían relacionarse con nadie.
- Es cierto… toda mi familia está loca por buscarme una pareja nueva y así borrarlo todo de un plumazo, pero nada pude sustituir a mi marido.
- Casi nada. – intervino Enrique.
- ¿Cómo? –pregunté.

- Pues nos dimos cuenta, - prosiguió el doctor - que los humanos, al igual que esos ratoncitos, somos monógamos y eso nos dificulta para reorganizar nuestras vidas más rápidamente.
- Pero la monogamia será algo irreversible… ¿no? – dije incrédula.
- Pues no, todo tiene su explicación científica: Se ha descubierto que los humanos y otros mamíferos generan una sustancia específica, o mejor dicho, sustancias que liberan un polipeptídico cíclico en la hipófisis posterior del cerebro…
- ¿Perdón doctor?
- Huy no, perdona tú. Quiero decir que el cerebro produce varias hormonas: supongo que conocerás la serotonina… pues junto a ella, la vasopresina y la ocitocina al ser liberadas en el organismo inducen directamente a un comportamiento cerebral particular del recuerdo y nos convierte en monógamos. - Yo las llamo, familiarmente, las hormonas del amor.
- Pero el amor… no puede ser tan sencillo como todo eso…
- Naturalmente que no, Lydia. Pero de alguna manera, podemos alterar esas sustancias y modificarlas genéticamente o químicamente, convertirlas a nuestro antojo, experimentar con ellas...
- Cada vez estoy más perdida.
- Mira, tu cerebro ahora está bloqueado. Tus recuerdos solo van dirigidos a tu esposo y eso está bien, el experimento no pretende modificar tus recuerdos, pero si descomponerlos de algún modo. Sacar factor común… jeje…
- Peor me lo pone.
- En tu cerebro hay escondido un código de conducta y es él quien tiene la llave para alterarlo. Eso que te impide ser de otra manera y dejarte llevar. Tu estado del amor está paralizado.
- ¿Y eso lo modifica una droga?
- No solamente eso, sino que puede reconducirlo. Sabemos que la administración justa, altera nuestro comportamiento. Para que lo entiendas, actúa como el alcohol que nos hace desinhibirnos de ese código de conducta, pero para evitar que sea traumático, hemos conseguido transportarlo por el vehículo más propicio: el "déjà vu".
- Pero sigo sin entender que significa.
- El "déjà vu" convierte la realidad y el presente en un recuerdo y eso facilita la administración correcta de las hormonas y el compuesto que las manipula. De ese modo vives un recuerdo en tiempo presente.
- ¿Quiere decir que eso puede hacer que mi mente crea que mi marido está aquí?
- Más o menos. Hemos conseguido dominar en cierto modo ese fenómeno paramnésico y manejarlo a nuestro antojo, aunque solo en una de sus fases. Hemos sacado más que un "déjà vu", otro llamado "déjà senti", que más que un recuerdo, es un sentimiento vivido y el que realmente nos hace disfrutar el momento. En el laboratorio cogimos un ratón viudo macho y una hembra también viuda y conseguimos que su unión funcionase al instante, al menos durante el tiempo que duraba la sustancia suministrada en el organismo.
- Es increíble.
- Lo sé, pero lo mejor de todo es que también funciona en humanos.
- ¿En serio? Yo quiero probarlo, doctor.
- Pero Lydia, no es tan sencillo. Pues todo es algo… circunstancial.
- ¿Y qué?
- El ensayo es… una experiencia sexual.

Me quedé en silencio y ellos observando mis reacciones, pues a pesar de empezar a entenderlo, necesitaba comprenderlo del todo, convirtiéndome en una de sus cobayas y vivirlo en primera persona.

- Quiero probar… - añadí.
- Perdona, pero no puede ser… Ahora no tienes pareja, necesitamos un voluntario que quiera prestarse al tratamiento y todavía no te has relacionado con nadie. Ten en cuenta que el lazo afectivo es muy alto, se trata de un encuentro muy íntimo… carnal.
- No me importa doctor, hágalo por favor… ¿Enrique lo probarías conmigo? – dirigí mi súplica a ese hombre que tanto me recordaba a mi Mario y lo hacía una vez más a la desesperada.
- Claro Lydia, pero no sé si estás preparada.
- Por favor… - rogué a ambos.

No hubo tiempo para más explicaciones ni más charlas, quería experimentar o sentir de primera mano la sensación de un recuerdo en el presente, volver a tener un momento de paz y alejarme del desasosiego.

Curiosamente, junto al despacho de Enrique, había una habitación y en ella una cama grande. Imaginaba que algunas otras parejas de la asociación ya habían pasado por algo parecido y yo no quería quedar sin probar de ese pastel tan apetitoso que era volver a sentirme vinculada con mi pasado y mi marido. No había duda que el experimento me llevaría a tener una experiencia más que religiosa a otra más bien amatoria… pero no me importaba con tal de salir de mi agonía. El doctor nos invitó a tumbarnos boca arriba a cada lado de la cama.

- Enrique, Lydia ¿Estáis preparados?
- Sí – contestamos al unísono.
- A continuación – proseguía explicándonos el doctor a modo de manual – debéis estar profundamente relajados ya que vais a vivir unas sensaciones algo confusas pero que os van a llevar a algo intenso y reparador. No hay motivo para alarmarse y en cualquier momento, puedo hacer que volváis a la consciencia de inmediato. Ahora os voy a inyectar un aminoácido que alterará vuestra hormona ocitonina, lo que producirá en ti, Enrique una erección y en ti Lydia una estimulación de los músculos de tu útero y tu vagina. A continuación os inyectaré otra que bajará los niveles de serotonina que provocará el aumento de vuestro deseo más carnal y os desinhibirá por completo. Por último, la que altera la vasopresina y los recuerdos y os conducirá a través de un "déjà senti" a vivir vuestro mundo como si realmente lo sintierais en otro tiempo, con otra persona o mejor dicho como si el otro fuera aquel que tanto rememoráis.
- Recuerdo que a partir de ese momento, tras la primera inyección, entré en total somnolencia y tampoco puedo precisar por cuanto tiempo, pero era un sueño pesado, ese que tantas veces había necesitado y no había conseguido ni tan siquiera con calmantes fuertes. Cuando desperté, la habitación era distinta, muy distinta. A medida que mis ojos se acostumbraban a la luz, me di cuenta que estaba en la habitación de aquel hotel donde hicimos el amor por primera vez Mario y yo. A mi lado, tumbado junto a mí, estaba él… sí, era él… Mario, mi marido...
- Mario, Mario…. – repetía yo abrazándole entre sollozos.
- Lydia, amor mío… - me contestaba él.

Era todo real, aunque pareciera una alucinación, todo era auténtico. Tocaba la cara de Mario y era él, juntaba mis manos a las suyas y sentía su presión. Al besarle percibí sus labios, los labios inconfundibles de mi esposo. Le besé y le besé con tal euforia que no quería despertar de ese sueño que no era. Todo era algo… vivo. Nos pusimos de rodillas sobre la cama, tal y como hiciéramos aquella primera vez. Volvíamos a ser los enamorados locos que hicieron el amor en aquel hotel. Le solté los botones de la camisa sin dejar de mirarle a los ojos. Le ansiaba tanto como entonces.

- Que guapa estás Lydia…. Cómo te deseo – me decía él.
- Y yo Mario. No me puedo creer que estés aquí. ¿Eres de verdad?
- Por supuesto que sí, soy yo.

Su torso desnudo se mostró ante mí, en aquel sueño hecho realidad y le besé en el pecho de igual manera que hice aquella vez en el mismo lugar. La historia se repetía como entonces pero ahora se acentuaba todavía más. Mario me quitaba la blusa y acariciaba el dibujo de mi sostén con sus dedos.

- Lydia, por fin los dos solos de nuevo. – me decía él mesando mi cabello.

Mientras él me despojaba del sujetador yo le desabrochaba el pantalón. Al igual que aquella vez, no llevaba nada debajo y eso me produjo un gusto interior fuera de lo normal. Creo que además estaba más excitada aun que aquella primera vez. Mi sexo estaba palpitante y sediento de recibir el miembro erguido de mi amado. Después me invitó a ponernos de pie junto a la cama y desnudarnos completamente entregándonos al acto que tanto ansiábamos, pero en ese momento más dilatado… aumentado… multiplicado.

Su cuerpo desnudo siempre me atrajo, como la de aquella primera vez y ahora estaba allí frente a mí, era él… mi Mario. Una lágrima se deslizó por mi mejilla.

- ¿Por que lloras, nenita? – me dijo limpiando esa gota con su pulgar.
- De alegría amor mío, lloro de felicidad.

Sin duda, que no estaba alucinando, "Nenita" era el apodo con el que siempre me llamaba Mario y me sentía dichosa y más feliz que nunca de sentirle junto a mí. Verle, olerle, escucharle… Me quitó la falda y mis braguitas admirando mi cuerpo como hacía siempre. Me besó en cada muslo, como si estuviera adorándome, formando todo parte de un acto místico. Después me puso de espaldas a él y siguió acariciando mis piernas, mi cintura y mi culo, sin dejar de repetirme lo que sentía.

- Te adoro amor mío.
- Soy toda tuya. – añadí con la frase repetida de nuestra primera vez.

Nos sentamos en la cama y allí seguimos observándonos intentando guardar celosamente el momento para que fuera eterno y en ese instante más que nunca, deseábamos que no se esfumara. Mimaba mis tetas con sus dedos con sumo cuidado, como si las fuera a romper, luego mi cintura y el vello de mi pubis que provocaba que toda mi piel se erizase. Nos besamos, juntamos nuestras lenguas y a menudo abríamos los ojos y cruzábamos nuestras miradas pretendiendo adivinar el sentimiento que ambos compartíamos. Mario abrió sus piernas y me invitó a sentarme entre ellas de espaldas a él, para seguir acariciando mi pecho, mis caderas y oler mi pelo tal y como hacía siempre.

- Que bien hueles nenita, me encanta tu olor… - me repetía.

Mis ojos cerrados intentaban recordar las frases de entonces y volverlas a vivir era mi mejor regalo, el mejor de mis sueños. En ningún momento tuve miedo de sentir aquello tan extraño, porque era tan familiar, tan mío y tan deseado, que difícilmente podría incomodarme, al contrario, lo disfrutaba al máximo.

- Déjame oler tu coñito – me pedía él susurrando en mi oído.

A continuación fui yo quien abrió las piernas, esperando impaciente, como siempre a que él se internara entre ellas. Ver su cara entre mis muslos era superior a mí y mi cuerpo temblaba emocionado. Pero inconfundiblemente era su lengua la que me despertaba todos los placeres, la impresionante y habilidosa lengua de mi amor. En realidad no me planteaba que aquello fuera una traslación en el tiempo, en el lugar o en los sentimientos, ni que estuviera viviendo otras cosas en un tiempo paralelo o algo parecido. No pensaba estar bajo los influjos de una droga o de aquel "déjà vu", que me trasportaba a algo ya vivido tan intensamente sin ser real, ni el lugar ni la persona que me estuviera lamiendo los muslos y los dilatados labios de mi sexo. Estaba claro que en ese momento era Mario quien lo hacia y ¡Dios! ¡Cómo lo hacía…!

- Para, para, por favor, quiero comerte yo ahora, quiero sentir tu polla entre mis labios. – le dije separándole la cabeza de mi sexo antes de que me deshiciera de gusto.

Esta vez fui yo la que colocó la cabeza entre sus muslos para engullir demencialmente aquella erguida polla, ese miembro codiciado que ahora por fin, estaba en mi boca. Su sabor, su olor y su dureza eran también reales y cada vez que se introducía hasta llegar a mi garganta, sabía que aquello acabaría más pronto de lo deseado, sobretodo porque Mario no podía aguantar y también estaba a punto de correrse.

- Lydia, cariño, no sigas que quiero follarte, quiero correrme dentro de ti.

Yo también lo deseaba tanto… quería ver mi cuerpo unido al suyo y formar uno solo. Tal y como estaba tumbado Mario sobre la cama, me coloqué sobre él.
Lentamente me fui sentando sobre su endurecido miembro hasta que quedé insertada completamente sobre él. Aquello era grandioso… maravilloso. Como en mis mejores sueños, ahora estaba follando con Mario como aquella primera vez, rebotando una y otra vez sobre su cuerpo, sintiendo como me penetraba incesantemente, hasta llegarme a la matriz. Nuestras respiraciones y nuestros jadeos aumentaban e irremediablemente entramos en la fase de no retorno. Casi simultáneamente llegamos al orgasmo, primero yo, como siempre entre pequeños gritos de placer y después mi hombre que apretaba sus músculos y depositaba en mi interior su caliente y abundante semen. No sé si aquello duró mucho tiempo o si el tiempo realmente no transcurría en absoluto, pero nada me alejaba de la realidad que estaba viviendo y era tan sencillo como experimentar un polvo maravilloso con mi marido, que ahora estaba vivo y bien vivo con su duro miembro en mi interior.

El ejercicio nos llevó a dormirnos abrazados en la cama, exactamente igual a aquella vez en la que hicimos el amor en la habitación del hotel de los recuerdos… Cuando desperté, ya no era Mario quién estaba a mi lado, ni tampoco estábamos en la habitación del hotel. Éramos Enrique y yo desnudos y abrazados sobre otra cama. Curiosamente no me sentí mal por volver a la realidad, ni tampoco me avergoncé delante de Enrique, creo que los dos habíamos vivido algo tan maravilloso y ansiado, que no nos importaba nada más, tan solo una cosa: volver a repetirlo miles de veces. No hubo palabras, no fueron necesarias, porque queríamos guardar nuestro recuerdo tal y como lo habíamos sentido. Por unos momentos dejé de ser una viuda triste para convertirme en la mujer más feliz del mundo.

Lydia.

NOTA: Querido lector: Puede que al terminar la lectura de este relato, hayas pasado por momentos especiales, confusos e increíbles, que te hayan llevado a tus propios recuerdos y sentimientos… a instantes ya vividos por ti o quizá por relatos ya contados… ya leídos. Nada más lejos… eso es el efecto del "déjà vú".
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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo, todo un hombreton de 46 años, acostumbrado a leer los relatos más sórdidos de la red.......gracias, gracias......es el primer relato que leo que me ha hecho llorar mientras lo bebía, qué tontería será que se ma ha metido algo en los ojos....no sé alguna emoción...

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